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Diciendo estas palabras, Melia se había arrojado a las rodillas de Kernok, que al principio la había escuchado con bastante paciencia; pero, cansado de oírla, la rechazó tan rudamente, que la cabeza de Melia fue a dar contra la madera.

Es en este laberinto, querida mamá, donde tiene usted que buscar a su hija. Yo misma me busco algunas veces y no me encuentro siempre. »Tenemos por lo menos veinte habitaciones inútiles y una magnífica sala de billar donde las golondrinas construyen sus nidos, pero no crea usted que las haya arrojado de allí. ¿Qué soy aquí yo misma? Un pajarillo lanzado de su nido por el frío.

A que replicándole el Padre: como podia ser eso, cuando el Rey lo habia enviado solo á ese fin, por el cual se habia arrojado á los peligros de tantos males, hasta llegar á sus tierras; y que eso mismo, y no otra cosa, pretendian el Sr. Gobernador, los Maestres de campo y capitanes? Respondió el cacique: "No dudo de eso que dices; lo que se duda es que los españoles quieran paz, que sea paz.

La marina dilatación hasta había arrojado el cuerpo de un niño de pocos años sin cabeza. Era más horrible, según Tòni, contemplar este espectáculo desde tierra que yendo en un buque. Los que navegan no pueden ver las últimas consecuencias de los torpedeamientos lo mismo que los que viven en la orilla, recibiendo como un regalo de las olas este continuo envío de víctimas.

Y era muy particular; estaba tan tranquila, sin pensar en semejante cosa, y por cualquier incidente, por una palabra sin interés o referencia trivial, le asaltaba la idea como un dardo arrojado de lejos por desconocida mano y que venía a clavársele en el cerebro. Era Jacinta observadora, prudente y sagaz.

4 Si hubieres sido arrojado hasta el extremo de los cielos, de allí te recogerá el SE

La casualidad, según yo, o la Providencia Divina, según el padre Ambrosio, habían arrojado delante de un gran infortunio. Yo había cumplido con mi deber, según mis convicciones, y estaba tranquilo. Pero una vez satisfecho este deber, una vez pasada la novedad de mi aventura, comprendí que Amparo no era bastante para arrancarme del hastío; para reconciliarme con la vida.

Había visto a la Regenta en el parque pasear, leyendo un libro que debía de ser la historia de Santa Juana Francisca, que él mismo le había regalado. Pues bien, Ana, después de leer cinco minutos, había arrojado el libro con desdén sobre un banco. ¡Oh! ¡oh! ¡estamos mal! había exclamado el clérigo desde la torre: conteniendo en seguida la ira, como si Ana pudiera oír sus quejas.

El orden que reinó en el banquete fué mucho, y ni una miga de pan, ni una botella rota, ni un plato arrojado, nada hubo que denunciara que allí habían comido tantas personas. La compostura de nuestros soldados es grande, ellos que saben ser buenos y heroicos en la guerra, saben ser también finos, educados, caballerosos, en la paz.

Protegido por la obscuridad, me habían conducido al castillo e instalado en la celda. Nada me importaba el recuerdo de que un poco antes habían muerto allí tres hombres, dos de ellos por mi mano. Me había arrojado sobre un colchón inmediato a la ventana y contemplaba las negras aguas del foso. Juan, pálido todavía a consecuencia de su herida, me había servido la cena.