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El carcelero se encogió de hombros y se retiró en seguida tarareando. Inmediatamente que Zalacaín se vió solo, puso manos a la obra. Tenía la absoluta seguridad de poderse escapar. Sacó el cortaplumas y comenzó a cortar las dos mantas de arriba abajo. Hecho esto, fué atando las tiras una a otra hasta formar una cuerda de quince brazas. Era lo que necesitaba.

Teófilo Gautier describe de este modo pintoresco las pruebas de imprenta de Honorato de Balzac: «Unas rayas gruesas partían del principio, del centro, del fin de las frases hacia las márgenes de arriba a abajo, de izquierda a derecha, con infinitas correcciones. A veces parecía un castillo de pirotecnia dibujado por un niño. Del texto primitivo apenas quedaban algunas palabras.

La niña fantaseaba primero milagros que la salvaban de sus prisiones que eran una muerte, figurábase vuelos imposibles. «Yo tengo unas alas y vuelo por los tejados, pensaba; me marcho como esas mariposas»; y dicho y hecho, ya no estaba allí. Iba volando por el azul que veía allá arriba. Si doña Camila se acercaba a la puerta a escuchar por el ojo de la llave, no oía nada.

Decía que eres un teólogo patas arriba; pues sabe que en el mundo civilizado ya nadie habla de Dios ni para bien ni para mal. La cuestión de si hay Dios o no lo hay, no se resuelve... se disuelve. no puedes entender esto, pero oye lo que te importa; , fanático de la negación, morirás en el seno de la Iglesia, del que nunca debiste haber salido. Amen dico vobis.

Que en tiempos de escasez padezca hambre el pueblo, el pueblo que trabaja, santo y bueno, pues para eso es pueblo...¡que se fastidie! pero los que están arriba, con sus graneros repletos, ¡ca! los lacayos del magnate nunca han dado más satisfacción a sus apetitos, ellos también.

Daba golpes en la puerta, y al contestarle yo decía: ¡Vamos perezoso! Ya está amaneciendo.... ¡Arriba! ¡Ya es hora!... Si has de ir con nosotras, ¡levántate! ¿No has oído el repique? Y la buena señora reía y bromeaba como una chiquilla. Aun no cesaba la música de las mil campanas villaverdinas.

Siempre había considerado el joven aristócrata como una antinomia del amor aquella preferencia que él daba a la escultura humana con velos, sobre el desnudo puro. ¿Por qué le excitaba más el velo que la carne? No se lo explicaba. Veía la rolliza pantorrilla de una aldeana descalza de pie y pierna ¡y nada! ¡veía una media hasta ocho dedos más arriba del tobillo... y adiós idealismo!

Se la referí a mi tío, aunque ocultándole detalles que pudieran impresionarle demasiado; pero como al fin era montuno el buen señor, perdonóme la temeridad por lo grande del suceso, y tuve al último que contársela con todos sus pormenores. Se entusiasmó de verdad. Puestas ya las cosas tan arriba, invité, con su permiso, a Pito Salces a que comiera aquel día con su camarada.

Desde el Plata remontan aguas arriba algunas navecillas tripuladas por italianos y carcamanes; pero el movimiento sube unas cuantas leguas y cesa casi de todo punto. No fué dado a los españoles el instinto de la navegación que poseen en tan alto grado los sajones del Norte. Otro espíritu se necesita que agite esas arterias en que hoy se estagnan los flúidos vivificantes de una nación.

En seguida, la ímproba y conmovedora tarea de vestirme todos los dispersos perifollos: allí mi madre, allí la doncella, allí la modista; yo, como un maniquí, rodeada de luces y de espejos. El vestido, sin mangas y casi sin cuerpo, dejábame las carnes, de cintura arriba, medio a la intemperie.