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Como te creería sabia si no has querido dejarlo vagar en sus ensueños en busca de tesoros en el seno de los cielos constelados, por más de que hasta allí subiera con ala intrépida? ¿No has arrancado Diana a su carro, y obligado a las hamadriadas de la selva a buscar un asilo en alguna otra estrella más feliz? ¿No has sacado a la náyade de su ola, al elfo de su pradera verde y a mismo no me has arrebatado mi sueño estival bajo los tamarindos?

Durante la comida no había dicho una palabra; tenía el color arrebatado, estaba muy inquieto, dando a cada instante suspiros hondísimos. Cuando subió a acostarse no tenía ya el rostro encendido, sino de color de cola. «¿Tienes jaquecale preguntó su mujer, viéndole desplomarse en una silla y apoyar la cabeza en las manos.

El sol había huido y el triste color del día era uniforme y sombrío como el de una mortaja. Aunque la cabaña estaba resguardada por la peña, la tempestad había arrebatado parte de su techo durante la noche.

La muchacha hubiera expirado en el punto, si la virtud poderosa del collar no la hubiese asistido. El collar resistió en parte la fascinación infernal de aquel demonio; pero como al punto fué arrebatado del blanquísimo cuello, Híala cayó, no muerta, pero desvanecida, en profundo paroxismo, pero conservando en el desmayo su interior conocimiento.

El jefe de los pescadores y el contramaestre, agarrados del brazo, bailaban en torno de los barriles, declamando versos chinos. Ninguno de aquellos beodos se acordaba de los salvajes, ni mucho menos del Capitán y sus compañeros, a quienes daban ya por muertos y asados. Van-Stael, arrebatado de furor, se lanzó en medio de aquella patulea de borrachos, gritando: ¡Miserables! ¿Qué habéis hecho?

5 Y ella dio a luz un hijo varón, el cual había de regir todos los gentiles con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. 6 Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar aparejado de Dios, para que allí la mantengan mil doscientos sesenta días.

Elías no la dejó concluir. Arrebatado de entusiasmo, alzó los brazos y gritó: ¡Lázaro, Lázaro! Antes que Lázaro llegara, el realista se lanzó fuera, y le trajo ó, más bien, le arrastró. Arrodíllate ahí le dijo con voz fuerte, presentándolo ante la devota. Arrodíllate delante de esa santa. Ha dicho que tienes buen corazón.

Mientras pudo seguir con la vista la luz de los faroles, huyendo a través de los árboles, quedó allí inmóvil, como si aquella forma pura y blanca le hubiera arrebatado el espíritu.

Y recordaba, cómo por segunda vez sintió el instinto homicida al ver la sonrisa burlona con que acogió ella el recuerdo del pequeñuelo. ¡Ah, la cruel! ¡Con qué sencillez le había arrebatado la última ilusión, diciéndole que no era hijo suyo, comparando su belleza delicada con la de aquel tunante que llenaba su pensamiento! ¡Qué tirón tan doloroso en su alma!... Esta vez, Judith, á pesar de su insolencia, había sentido miedo ante el gesto desesperado de su viejo.

¿Qué hay? dijo ella, con la misma frialdad, volviendo la cabeza. Escucha, por Dios, un momento.... Te he dicho eso arrebatado por los celos, pero sin intención de herirte.... ¿Cómo he de ofenderte yo a ti cuando te quiero, te adoro como a un ser sobrenatural?... A éstas siguieron otras muchas palabras fogosas empapadas de cariño, mejor aún, de devoción.