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Como él no se quitaba la corona más que al ponerse el gorro de dormir, forzosamente habíaselo arrancado alguien tomándola de la percha donde colgaba la ropa... ¿Quién?...¡Aunque no lo sabía, bastante lo maldijo!... Cierto que el diamante era falso, por no haberse podido encontrar uno verdadero de ese tamaño, y que él no lo ignoraba, cierto... Mas después de usarlo tantos años como verdadero, por verdadero lo sentía.

Aceptaba esta servidumbre sin esfuerzo, con cierto placer, como una manifestación de gratitud hacia aquella alma buena que le había arrancado del bajo fondo social para trasplantarle a un terreno más sano.

Algo extraordinario perturbaba á los tripulantes. Todos estaban arriba, como si una atracción poderosa los hubiese arrancado de los sollados, del fondo de las bodegas, de los metálicos corredores de las máquinas.

Después que el boticario de la Palma Alta me vendó la mano no volví a acordarme de tal cosa, y no digo yo dedo y medio, sino los cinco de cada mano me hubiera yo arrancado con los dientes, con tal de hallar a mi idolatrada Inés, ¡a aquella rosa temprana, a aquel jazmín de Alejandría!... Durante este tiempo no me olvidé de ti, pues el mismo día 3 te hice conducir a esta casa, que es la mía, en la cual has permanecido hasta hoy, y donde, gracias a los cuidados de tan buena gente, has recobrado la salud.

En el colegio, el brutal despertar del «Nuevo» caído del nido familiar, en el cuartel la primera llamada del «quinto» arrancado a su aldea, la primera clase de la pasanta en su pupitre, el primer día de la criada en su fogón, del aprendiz en su taller, del dependiente en su tienda, del meritorio en su oficina, ¡qué calvario!

Con la voz enronquecida por la emoción que le producían aquellos terribles recuerdos, Lea se calló un instante. Jacobo, impasible, no la interrumpía ya, poseído por el punzante interés del relato. Ni los sufrimientos inmerecidos de su antigua amada ni sus goces criminales le habían arrancado ni un suspiro. Había permanecido mudo ante las confesiones de celos y de traición.

El doctor teme una meningitis y he pedido consulta. Hemos arrancado estas noticias a Lacante y todos se han despedido. Se veía que deseaba estar solo. Me ofrecí a quedarme toda la noche a su disposición, pero él no aceptó y me estrechó calurosamente la mano. Mi querido amigo me dijo con voz alterada, era encantadora y creo que me hubiera querido... me quería ya...

María, te pueden ver! Toma! ¡ahí está tu piedra! El solitario, violentamente arrancado, rodó por el piso. Kassim, lívido, lo recogió examinándolo, y alzó luego desde el suelo la mirada a su mujer. Y bueno, ¿por qué me miras así? ¿Se hizo algo tu piedra? No repuso Kassim. Y reanudó en seguida su tarea, aunque las manos le temblaban hasta dar lástima.

En seguida cantó bien dos o tres coplas, de esas que luego alcanzan los honores del organillo, y aquella música, que por sola no hubiese arrancado una palmada, fue aplaudida. Al terminar hizo la artista una pirueta, dio un saltito muy mono, y se metió entre bastidores.

Fue en ese estado de sobreexcitación nerviosa, presa, ya de espantos repentinos, ya de un abatimiento irresistible, cómo me encontró Roberto cuando entró en el cuarto, a eso de media noche. Quiso recostarse un poco en su cama, para velar después el resto de la noche conmigo; pero los gritos de Marta lo habían arrancado bruscamente al descanso.