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Yo no puedo añadió con cierta melancolía prestarle a la señorita otro auxilio. Marchóse, dejando al médico sorprendido de encontrar un cura que rehuía entrar en políticas discusiones, que por aquellos días reemplazaban a las teológicas en todas las sobremesas patronales, y celebró su misa con gran atención y minuciosidad en las ceremonias.

Ya se sabía que al Vivero no se iba a otra cosa. Visitación, Obdulia y Edelmira también, eran las que conocían mejor los lugares más escondidos, dónde había puertas de escape, y todo lo que exigían aquellos juegos infantiles a que se entregaban, sin pensar en los muchos años que tenían varias de aquellas personas tan alegres. A don Víctor se le recibió en triunfo; triunfo burlesco.

Y lo peor de todo y lo que en definitiva las había perdido era que aquellos benditos horteras iban todos con buen fin. El buen fin precisamente, disculpando los malos medios, era la más negra. Porque después, ni fin ni principio ni nada más que vergüenza y miseria.

Mi corazón no olvidará jamás la tristeza y el espanto que le sobrecogieron cuando, a través de aquel terrible aparato y detrás de aquellos hombres odiosos cuya sola mirada me hacía estremecer, reconocí sobre un montón de paja negra a mi madre, pálida, desfigurada, moribunda.

Zea, ese talentazo, ese inventor de la pólvora y de los pasteles.... Pues nada: rogó a los militares que juraran defender la sucesión directa y el tronito de la titulada, Isabel II. Tenemos monarquía de muñecas.... Y ellos juraron, y tras de aquellos fueron otros y juraron también. ¡Patarata! exclamó Orejón todo eso es música, música.

No había marchanta que resistiera a las gracias, al donaire y a la fuerza de las evoluciones de aquellos hechiceros. Pero éstos eran los tenderos dandys; había además los tenderos sirenas, llamados así porque su cuerpo estaba dividido por la línea del mostrador como el de la encantadora deidad de los mares está dividido por la línea del agua.

Terminóse al fin el almuerzo y Currita salió del comedor del brazo de su prima, llevando en la mano un platito de porcelana con migas de pan, para dar de comer a los pececillos de colores que en una magnífica pecera de cristal y bronce dorado adornaban una de las galerías... La enamoraban a ella aquellos animalejos de colores tan brillantes, y la pesca era, entre los placeres del sport, el que más emociones le causaba.

Por lo tanto, aquellos primitivos hombres de Estado, tales como Bradstreet, Endicott, Dudley, Bellingham y sus compañeros, que fueron elevados al poder por la elección popular, no parece que pertenecieron á esa clase de hombres que hoy se llaman brillantes, sino que se distinguían como personas de madurez y de peso, más bien que de inteligencias vivas y extraordinarias.

?Como con este generoso interes por tus semejantes, puedes verte cargado de crimenes? cesa de decirmelo; ?un hombre capaz de un sentimiento tan tierno puede haber inmolado a su furor a sus enemigos? No, no, ijamas! he sido cruel con los que me amaban, con aquellos a quienes yo amaba. Jamas he dado un golpe a un enemigo sino en mi legitima defensa; pero iay! mis caricias eran fatales.

Miraba los viejos caserones de la plaza, un ángulo del palacio de Dos Aguas, con sus tableros de estucado jaspe entre las molduras de follaje de los balcones; escuchaba las conversaciones de los cocheros, agrupados en la puerta del hotel, en torno de los dueños y los criados, todos aquellos italianos bigotudos que sacaban sillas a la acera como en una calle de pueblo.