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En aquellas palabras, en el desgarrado acento con que las repetía, había un desconsuelo, una amargura, una desesperación tan grande, que la muerta no parecía ya merecer tanta compasión como el vivo, como aquel hombre inconsolable, abrumado por el dolor, que parecía, él también, próximo a perder el aliento.

Con todas aquellas prendas no tiene el Predicador otra habilidad, que la de embelesar á necios, porque todas no hacen mas que hinchar la fantasía, y halagar los sentidos con bellas apariencias. Tan acertado es aquel juicio, como el que hiciera un hombre si viese á una mona con manillas, perlas, afeytes, y otros adornos externos, y la tuviera por hermosa.

Contaba un amigo mío, marino, que cuando estuvo en ciertas ciudades de América, era muy mozo, y pretendía a las damas con sobrada precipitación, y que ellas le decían con un tonillo lánguido americano: ¡Apenas llega y ya quiere!... ¡Haga méritos si puede! . Si esto pudieron decir aquellas señoras, ¿qué no dirá el cielo a los audaces que pretenden escalarle sin méritos y en un abrir y cerrar de ojos?

No quisiera equivocarme; pero me parece que todo aquel judaísmo de mi amigo era pura fluxión de su acatarrado cerebro, el cual eliminaba aquellas enfadosas materias como otras muchas, según el tiempo y las circunstancias.

17 Y el nombre de David fue divulgada por todas aquellas tierras; y puso el SE

Alarmóse entonces el futuro ministro y escribió a Butrón pidiéndole categóricas explicaciones de aquel obstinado silencio que le hacía sospechar en la dama algún resentimiento, peligroso siempre y funesto en aquellas circunstancias, en que la amistad íntima y la repleta caja de los consortes Villamelón le eran de todo punto indispensables.

El silencio profundo que siguió á aquellas palabras, aun más que los ademanes y el aspecto horrorizado de algunos religiosos, reveló cuán profunda y unánime era la reprobación de los oyentes. ¿Quiénes son los testigos de tan enorme pecado? preguntó el abad con voz que delataba su indignación.

Restos de estas antiguas costumbres y reminiscencias de aquellas fiestas todavía se conservan en Marianas. El autor de estas líneas ha presenciado algunas escenas entre los carolinos residentes en Agaña, en las cuales se refleja las primitivas tradiciones.

La compuso Federico Bérat en honor del anciano y glorioso Béranger, y aquellas notas sencillas, prendidas en no qué inexplicable hechizo romántico, tuvieron la virtud peregrina de hacer latir todas las almas y de agarrarse á todos los oídos; y Lisette fué un «tipo» que de una generación á otra ha dejado un rastro de gracia liviana en las obrerillas sentimentales y alegres de la Ciudad-Sol.

La Nela que nunca había tenido cama, ni ropa, ni zapatos, ni sustento, ni consideración, ni familia, ni nada propio, ni siquiera nombre, tuvo un magnífico sepulcro que causó no pocas envidias entre los vivos de Socartes. Esta magnificencia póstuma fue la más grande ironía que se ha visto en aquellas tierras calaminíferas.