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Su curiosidad enfermiza se despertaba, infundiéndole deseos de disecar, por solaz y pasatiempo, aquel corazón. Habíale dicho la infalible penetración mujeril muchas cosas, e incapaz de contentarse con la adivinación discreta, quería la confidencia. Era una emoción más que se brindaba a propia en el curso de la estación termal. ¡Qué yo en qué pensaba!

El italiano, que se encaminaba en derechura al Oeste, hubiese encontrado en toda su fuerza la cálida corriente que de las Antillas se dirige á Europa, y mucho le habría costado salvar aquel líquido muro, pereciendo ó navegando con tal lentitud que su tripulación se revoltara.

Llegó, al fin, y por sus pasos contados, la tan esperada noche de mi exhibición solemne. No conservo en la memoria los detalles minuciosos de aquel acontecimiento, tan señalado en la vida de las mujeres de mi alcurnia y de mis hábitos, porque, como todas las realidades muy soñadas, ésta no me pareció de la magnitud en que me la habían forjado las quimeras de la imaginación.

Eso equivale a poner un changador fornido frente a un ser enteco y decir a éste: ¡imítalo!... levanta los pesos que aquél...

Un desgraciado con la cabeza cubierta con un capuchón por cuyos agujeros lucían sus ojos, estaba dando vueltas al rededor del patio, como una bestia feroz. Andaba lentamente y su cadena sujeta encima de la rodilla preducía un chirrido lúgubre. Enmascarado, solitario, silencioso, aquel hombre daba espanto. ¿Qué hace ahí ese hombre? preguntó Tragomer al vigilante. Se pasea durante media hora.

Un barbudo estudiante díjome ayer que, desde que él viene a las escuelas, no tiene memoria de otro nuevo que haya escapado a los gargajosLuego agregaba: «¿Os acordáis, madre, de aquel capitán Antonio de Quiñones, que iba a nuestra casa? A ése le vi en Castellanos y quiso llevarme consigo a perseguir corsarios.

Hija mía, piense usted en Dios y en la Santísima Virgen; invóqueles en esta hora tremenda y la ampararán... Nada, como si le hablaran en griego; no oye, o es que está tan aferrada a la maldad que no quiere que se le hable de religión. Fortunata, buena moza, mire usted quién está aquí... despierte y verá... ¿No le conoce? Es aquel sujeto, el Sr.

Paños, terciopelos y rasos, recamados y bordados de oro con tanta gracia como profusión; encajes, tules, preciosas cintas, ricas joyas y otros accesorios de gran mérito y coste componían aquel raro uniforme femenino, que me recordó los trajes que las judías ricas sacaban á relucir los sábados en Tetuán.

Aquel tranquilo declinar de un día nebuloso, precursor de otros más serenos, la seguridad del cielo que se despejaba y se embellecía, aquella alegría de los niños para animar el parque ya casi despojado de hojas y de verdor, una madre confiada y feliz sirviendo de vínculo de unión del padre con los hijos, este último grave, llena la mente de pensamientos, confortado, recorriendo a paso lento la rica y fecunda alameda cubierta de parra, aquella abundancia en medio de aquella paz, aquel colmo del deber en la felicidad, todo, en fin, lo que estaba en torno de nosotros constituía, después de nuestra conversación, un desenlace tan noble, tan legítimo, tan evidente, que conmovido le tomé el brazo a Domingo y se lo apreté aún más afectuosamente que de costumbre.

4 Y será, que en aquel tiempo la gloria de Jacob se atenuará, y se enflaquecerá la grosura de su carne. 5 Y será como el segador que coge la mies, y con su brazo siega las espigas; será también, como el que coge espigas en el valle de Refaim.