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Por medio de una querella, de una riña, de una explicación, cuenta con arrojar la cizaña entre vosotros, apoderarse de Herminia y ... ¿quién sabe? ¡acaso separaros para siempre! ¿Es serio lo que usted habla? ¿Sospecha usted de la señorita Guichard? Y , ¿sospechas de tu mujer? replicó con energía Roussel.

Después de una lucha en que quedaron en el campo varios combatientes, los holandeses, más en número, habían hecho meterse en el castillo de proa a los enemigos. Era el momento oportuno de apoderarse de nuevo del barco. ¿Y los chinos? preguntó Tristán. Los chinos han encontrado los barriles de opio y están en la cubierta borrachos, como muertos la mayoría contestó el contramaestre.

Inmediatamente sublevó á los indios atenianos y logró con ellos apoderarse de Apolo. Los Españoles, que no lo perdian de vista, poco tardaron en mandar tropas para combatirlo.

Frente por frente de la meseta que defendían los guerrilleros, y en la ladera opuesta del barranco, a quinientos o seiscientos metros, avanza una especie de espolón descubierto y escarpado que Hullin no había creído necesario ocupar provisionalmente para no dividir las fuerzas, y además porque imaginaba que no le sería difícil rodear la posición por los pinares y establecerse allí en caso que el enemigo intentase apoderarse de ella.

Al punto comprendimos que el interior del pueblo se defendía heroicamente y que el plan de los franceses consistía en apoderarse de los extremos, incendiando todas las casas que no pudiera ocupar. De vez en cuando, un estruendo espantoso indicaba que alguno de los endebles edificios de adobes había venido al suelo, y el polvo se confundía en los aires con el humo.

Luego que este valiente margariteño logró apoderarse de Cumaná auxiliado por un paisano, el coronel Juan Arismendi, primera autoridad militar de Margarita desde el 5 de Junio, fecha de su última proclamacion en pro de la independencia, Antoñanzas, herido de gravedad, huyó á morir en Curazao.

Verla Amparo, apoderarse de ella con ímpetu feroz, y dar un terrible golpe en la cara a su dueña, fué instantáneo. La Socorro cayó de la silla soltando cuatro chorros de sangre por los cuatro agujeros que los pinchos del instrumento la hicieron. El susto, para los que allí estaban fué grande, pues no habían advertido la disputa. Todos corrieron presurosos a levantar a la herida.

Y entonces, más listos y expeditos aún, dieron muerte a los cómitres, quitaron grillos y cadenas y pusieron en libertad a los galeotes, que eran más de sesenta cristianos cautivos. Estos hallaron sin dificultad armas de que apoderarse. Tarde semi-comprendió el capitán corsario la estratagema que le habían urdido, mas no desmayó por eso.

Había que apoderarse de las ruinas de una refinería de azúcar enfrente de la trinchera. Los alemanes habían sido expulsados por el cañoneo francés. Era necesario un reconocimiento, guiado por un hombre seguro. Y los jefes habían designado, como siempre, al sargento Desnoyers. Al romper el día, el pelotón había avanzado cautelosamente, sin encontrar obstáculo.

Una idea fija que lo domina desde mucho antes de ejercer el Gobierno supremo de la República, a saber: la reconstrucción del antiguo virreinato de Buenos Aires. No es que por entonces conciba apoderarse de Bolivia, sino que, habiendo cuestiones pendientes sobre límites, reclama la provincia de Tarija; lo demás lo darán el tiempo y las circunstancias.