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La señora de Maurescamp prodigaba, mientras tanto, al señor de Sontis, tantos agasajos que a pesar de su aplomo, el joven se encontraba visiblemente confundido; al mismo tiempo, como para imitar a su marido, entreteníase en beber copas llenas de Sauternes y Champagne, lo que le proporcionaba accesos de una alegría extraordinaria.

Dos o tres veces la sorprendí mirándome sin motivo, como si aun estuviese bajo el dominio de una sensación persistente: luego las obligaciones de cortesía le devolvieron poco a poco el aplomo.

Butrón, un cigarro dijo, y con el aplomo de un veterano, de repente, sin preámbulos, hizo estallar esta bomba: Está nombrada la camarera mayor de Palacio. La sorpresa hizo saltar de sus asientos a damas y caballeros, y desapareció como por ensalmo la jaqueca de la duquesa. ¿Quién es?... Pero ¿quién podía ser?...

Y antes que Clara pudiera impedírselo, la moza corrió, abrió la puerta, y el militar, que ya conocemos, entró en el pasillo, se descubrió con respeto y se acercó á Clara. ¿A quién buscaba usted? dijo Clara. No está: ha salido. está, no ha salido, contestó el militar con aplomo. ¿Quién? ¿Pero á quién buscaba usted?

La delicada sensitiva no se repuso fácilmente del choque de tan extraordinario ultraje. Le costó trabajo recobrar el aplomo para dar suelta a su amante, de un armario en que estaba escondido y escaparse con él. Para consuelo del marido, le dejó abandonado un niño de tres primaveras. La actual consorte del viejo había sido su cocinera: mujer corpulenta, de carácter brutal.

El calabrote está en la calle del Clavel manifestó Relimpio con el aplomo de un agente de Bolsa, que tiene en la memoria las colocaciones de fondos realizadas en todo el año. Es verdad... ¿Y el brillante? También, hija. ¿No te acuerdas? Lo llevé el mes pasado. Del Monte ha de haber cinco papeletas. Justo, cinco... Hay además ocho...

Desde que la muchacha le había confesado su afecto, no podía contemplarla con la misma frialdad que cuando sólo era la hija de su amigote el Mosco y comía él las famosas cachuelas sin fijarse en sus miradas. El recuerdo de su buena suerte, del libro encargado por el marqués de Jiménez, que le parecía el primer anuncio de la riqueza, le devolvió su aplomo de hombre superior.

Las estrellas son las miradas de los que se han ido al cielo. Entonces las flores.... Son las miradas de los que se han muerto y no han ido todavía al cielo afirmó la Nela, con la convicción y el aplomo de un doctor . Los muertos son enterrados en la tierra. Como allá abajo no pueden estar sin echar una miradilla a la tierra, echan de una cosa que sube en forma y manera de flor.

Como todos los grandes caudillos de que nos habla la historia, don Rosendo no perdía jamás el aplomo. En los momentos críticos, como el presente, era cuando a él le asaltaban las grandes ideas, las resoluciones salvadoras. Se fué al telégrafo y puso un parte al director de la orquesta de Lancia pidiéndole que viniese con ella a Sarrió y que señalase precio.