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Y dijo, de pronto, Fernando: Pero no eres de mi cuerda; no te divierten mis aventuras ni te enardecen mis proyectos.... Para ti la mujer es una cliente, un caso patológico.... Ya que eres un San Antonio sin tentaciones.... Apuesto a que no has reparado en Rosa la del Molino, ni en la propia Carmencita; y, mira, esa era para ti que ni pintada...; ¿por qué no la pretendes?

El nombre de don Antonio Cuadros estaba en todas las bocas. Había huido el día anterior, con el convencimiento de que no podía pagar sus deudas, avergonzado sin duda de su ruina. Unos decían que había salido en el expreso para Francia; otros que estaría en Barcelona o en Cádiz, esperando ocasión para embarcarse en algún trasatlántico.

Dia 11. Este dia, con la ocasion de haber examinado por el lenguaraz, Justo Antonio Guajardo,

Aquella nueva y repentina irrupción pareció sorprender mucho a la señora de la casa. ¿Qué ocurre? ¿qué es esto? exclamó con voz alterada. ¡Un niño! ¡un niño! gritaron varios a un tiempo. Acabamos de encontrarlo en el portal manifestó Manuel Antonio, que ya se había apoderado del canasto, presentándolo. ¿Quién lo ha dejado ahí?

Eran aquestos vultos de la lista Pasada los poetas referidos, A cuya fuerza no hay quien la resista. Unos por hombres buenos conocidos, Otros de rumbo y hampo, y Dios es Christo, Poquitos bien, y muchos mal vestidos. Entre ellos parecióme de haver visto A DON ANTONIO DE GALARZA el bravo, Gentilhombre de Apolo, y muy bien quisto.

Lo único por lo que siento morirme es por no ver más estos seres preciosos, encantadores. Al mismo tiempo le cogió con dos dedos la barba. Ya sabemos que Manuel Antonio no podía sufrir tales juegos de manos delante de gente. Vamos, pajalarga, quieto exclamó poniéndose serio y rechazándole. ¿Que no eres precioso?

Se contuvo, esperando que algún día se las pagaría aquel sinvergüenza, y adoptando un tono desenfadado explicó su aparición. Salía del baile, donde se había aburrido como un perro en misa y, sintiendo sed, se había metido en el café á tomar una limonada. Y al decir esto batió las palmas y se la pidió al mozo. , ya que has estado en el baile replicó Antonio con la misma sonrisilla guasona.

Una tarde calurosa de fines de abril fuese a dar una vuelta por el camino exterior que corre al pie de los muros. Dejó la ciudad, como de costumbre, por la puerta de Antonio Vela. No había llovido en todo el mes. El valle, con sus panes demasiado mohínos, mostraba, allá abajo, un aspecto sediento y polvoroso.

¡Mira, Antonio, no me sofoques! Mira que tengo la sangre más negra ya que mis zapatos y no respondo de decía ella con los labios pálidos, temblando de ira. Lo digo y lo repito aquí y en todas partes. ¡Tu madre femenina!... ¡y tu padre masculino! El furor de María-Manuela no tuvo límites al oir el nombre de su padre. ¿Á mi padre también, canalla? ¿Á mi padre también?

Por absurdo que el aviso debiera parecer, reprodujo en Antonio Pérez una de aquellas crisis temerosas alimentadas por la suspicacia del carácter.