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Un mar de cabezas agitábase ante aquellas plataformas que recordaban el teatro primitivo, lo mismo el tablado de Esquilo que la carreta de Lope de Rueda.

Y un pesar tan grande lo invadía, ante la sola idea de permanecer tres meses sin verla, que había preferido seguir sufriendo como en el tiempo pasado, a la angustia de la hora presente. Los Aubry dejaban, pues, a Creteil, en los primeros días de julio, para instalarse en su villa de Pervenches.

De pronto se paró el carruaje ante una casa toda recién enjalbegada y en la que apenas pudo Francisco reconocer la antigua hospedería, pues había sido renovada por completo. La antigua muestra había desaparecido también y en cambio leíase en la fachada en hermosas letras mayúsculas: HOTEL DEL SOL DE ORO

Si la expedición había sido fructuosa, pavoneábase la gitana con orgullo. ¡Arza pa alante, esgalichao! ¡Menúo callardó vais a mamaros y los churumbeles!... Encendían fuego en su covacha, preparando, ante todo, el chocolate, dejando para después el guisoteo de la cena.

Ojeda experimentó al examinar al maestro Eichelberger la misma sensación que ante su esposa. Vio algo que había sido, y al no ser, guardaba en su ruina los muertos esplendores del pasado. Los gestos, las palabras, todo en su persona era de un hombre superior al medio en que vivía actualmente.

El fracaso de un día en el sanatorio, y el diario ante mi propia dignidad, no eran nada en comparación del de ese momento, ¿comprende usted? ¡Para qué vivir, si el infierno artificial en que me había precipitado y del que no podía salir, era incapaz de absorberme del todo! ¡Y me había soltado un instante, para hundirme en ese final!

Bautizos. Casamientos. Inhumaciones. Day canama olang padagoson moan simong lacao. El magnaguram. El dumago. El tolodan. El monte Putianay. Maravillas geológicas. Sulfataras. Manantiales incrustantes de Maglagbong. Lago peligroso. Formaciones silíceas. Mr. Jagor ante los manantiales de Maglagbong. La solfatara Igabó. El cono rojo y el cono blanco.

Eran diamantes tan enormes que hacían dudar de su autenticidad, esmeraldas del tamaño de guijarros, amatistas, topacios y perlas, muchas perlas, a centenares, a miles, caídas como granizo sobre las vestiduras de la Virgen, Los forasteros admirábanse ante esta opulencia, deslumbrados por su enormidad, mientras Gabriel, habituado a la visita diaria, lo miraba todo fríamente.

Vacilaba ordinariamente ante la palabra porvenir, que a los dos nos hería con augurios ¡ay! demasiado razonables. ¿Qué perspectiva, qué salida descubría ella más allá del día próximo que limitaba nuestros ensueños? Ninguna sin duda. Las sustituiría por algo vago y quimérico, como esa postrera esperanza que les queda a los que nada esperan ni tienen ya que esperar.

Mientras los del centro hacíamos lo que habéis oído, allá por la izquierda, en esa tierra llana que tenemos a este lado, la caballería cargaba portentosamente al mando de Lannes y Murat. Francamente, rapaces, de esto poco os puedo hablar, porque caí herido: por un buen rato se me pusieron telarañas ante los ojos, y mis oídos no percibían sino un vago zumbido.