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Apeáronse a la entrada de la villa y la atravesaron por el medio, produciendo, como es consiguiente, no poca turbación en ella. Las mujeres salían a las puertas y ventanas contemplando con ansia y curiosidad aquel brillante cortejo de damas y caballeros ataviados con trajes que no habían visto en su vida.

En el primer momento no podía hablar y balbuceaba palabras confusas; pero la posesión del precioso documento pronto le devolvió la energía. Dominó su conmoción y exclamó apretando con ansia febril la mano del intendente: ¡Oh Mathys! ¡Si supierais cuán feliz me siento! El más bello sueño de mi vida parecía desvanecerse para siempre y hete aquí que se realiza de golpe. ¡Gracias, gracias!

El ansia de venganza hizo sonreír á la imponente dama con una expresión feroz. El marino español estaba señalado en alto lugar.

En el Libro primero, Exercitacion tercera, trae á la larga el lugar de Luis Vives sobre la mala traduccion que Averroes hizo del texto de Aristóteles, y quien haya leido atentamente lo de corrupta Dialéctica de Luis Vives, poco hallará que aprender en esta Obra de Gasendo, en la qual añadió innumerables cavilaciones, ya reprehendiendo el método Aristotélico, ya buscando con ansia contradicciones: cosa que qualquiera puede hacer con los Escritores mas acreditados del mundo.

Algo había en ellas de cariño, de agradecimiento por todo lo pasado; pero lo que predominaba era el ansia de recobrar su categoría de «señoras de coche», sin la cual se creían deshonradas. Al entrar en el patio, dirigiéronse rectamente a la cuadra.

Aquel Byron no hubiese ido a la Grecia para liberarla, sino para explotarla; en sus ojos no brillaba el ansia de lo ideal, sino el reflejo de la sensualidad ansiosa de encontrar dinero.

Aquella escasa vigilancia a que la Marquesa se creía obligada cuando sus hijas vivían con ella, había desaparecido. Era el único consuelo de tanta soledad. En tiempo de ferias, doña Rufina hacía venir alguna sobrina de las muchas que tenía por los pueblos de la provincia. Aquellas lugareñas linajudas esperaban con ansia la época de las ferias, cuando les tocaba el turno de ir a Vetusta.

¡Ah! ¡señora! ¿creéis que mi alma?... No, yo no pienso mal de vuestra alma... entonces no desearía vuestro amor... pero me parece que sólo os inspiro deseo. Yo no lo que me inspiráis, señora. Puede ser que algún día sintáis amor por ... pero eso sólo puede hacerlo el tiempo... espero... espero con ansia... y esperando os amaré más cada día. ¿Pero es cierto que no me amáis aún, señora?

Los otros hablan de tu «traición», y yo protesto, porque no puedo tolerar esta mentira... ¿Por qué traidor?... no eres de los nuestros; eres un padre que ansía vengarse. Los traidores somos todos nosotros: yo, que te compliqué en una aventura fatal; ellos, que me empujaron hacia ti para aprovechar tus servicios.

A veces se inclina Goethe por esta senda a un neo-platonismo flamante y a un paganismo espiritualizado; a veces vuelve con ansia de fe a la doctrina de Cristo y lee fervorosamente los Evangelios y los libros devotos.