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Luis ya no estaba de espaldas, sino de frente, soberbio y magnífico. ¡Ah, señora! ¡Y cuán mal la aconsejaban sus amigos!

Paco Gómez, fecundo en trazas más que Ulises, había escrito a algunos amigos de León tiempo atrás invitándoles a disponer una cencerrada para cuando Granate y su esposa pasasen por allí. La colonia de Lancia, que es numerosa en León, secundó admirablemente los planes de su paisano. Todo lo tenían preparado. Sin embargo, estos preparativos no hubieran servido de nada sin la traición de Manuel Antonio, que al llegar a Lancia notició secretamente a Paco lo que pasaba.

Espero que no se contarán entre los otros enfermos mis tres buenos amigos De Gautet, Bersonín y Dechard continué. Del último he oído decir que está herido. Laugrán y Crastein hicieron una feísima mueca, pero el joven Henzar se sonrió al decir: Dechard espera hallar muy pronto bálsamo eficaz para su herida.

Con esto se acabaron las preguntas y las respuestas, pero no se acabó la admiración en que todos quedaron, excepto los dos amigos de don Antonio, que el caso sabían.

Mire usted: en Leipzig, el 18 de octubre último, en plena batalla, los aliados se volvieron contra nosotros y nos fusilaron por la espalda. ¡Eso hicieron nuestros buenos amigos los sajones! Ocho días después, nuestros antiguos y excelentes amigos los bávaros tratan de cortarnos la retirada y hay que pasarlos a cuchillo en Hanau.

Los dos amigos rieron al oír las últimas palabras del doctor.

Sin embargo, cuando pasé el umbral de aquel gran salón herméticamente cerrado, en el que ardían los cirios hacía dos días, y respiré el olor frío de las altas vigas saturadas de vejez, sentí un malestar de tristeza y como repugnancia por una vida que conduce a la infalible muerte. Empezaron a llegar amigos y parientes que yo no conocía y a quienes expliqué la ausencia de Lacante.

Verdad que acallaban sus escrúpulos diciéndose que Amparo muy pronto sería la duquesa de Requena, en cuanto terminase el luto de la anterior esposa. Seguía el pleito entre el duque y su hija, más empeñado cada día y encendido. La Amparo se declaraba parte en él entre sus amigos; gozaba soltando contra Clementina el odio mortal que la profesaba en palabras tabernarias.

Y todavía creemos que andaba su esposo algo exagerado en este punto; porque doña Martina supo muy bien, al cabo de pocos años, recibir a los amigos de su esposo con dignidad, ya que no con distinción, y supo también preparar una mesa con elegancia y pasear en carretela por la Castellana sin ir rígida e incómoda en el asiento; aprendió igualmente a no dormirse en el Teatro Real y a saludar a sus amigas desde lejos abriendo y cerrando repetidas veces la mano; ofrecía la casa bastante bien, aunque siempre con las mismas frases; se enteraba de las últimas modas y se las aplicaba; se echaba polvos de arroz y se pintaba las cejas cuando iba a algún sarao; por último, aunque con marcado acento español, había llegado a hablar medianamente el francés.

¿Creen ustedes, pues, en un error judicial? dijo observando con cuidado á sus amigos. Creemos en ese error. La familia no ha cesado jamás de creer en él y el condenado ha protestado siempre su inocencia. Siempre ó casi siempre sucede lo mismo. Nos pasaríamos la vida revisando procesos si hiciéramos caso de las reclamaciones de los parientes y de las protestas de los interesados.