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Su único amigo era un gato negro, Belzebuth, con el que andaba por todas partes llevándolo en el hombro. Así como el doctor Cornelius era la bestia negra del barco, un jettator, como dicen los italianos, o un Jonas, como dicen los ingleses, Tommy, el grumete, era la mascota.

Nadie como Porras para dar un buen consejo; ninguno mas discreto y atinado para el arreglo de un asunto grave; nadie como mi amigo para hacer un beneficio, sencilla y noblemente, del modo más natural, sin lo repugnante y forzado que tienen en Villaverde la abnegación y el desprendimiento. Buen contraste hacía Porras con Castro Pérez y con don Cosme.

RAÚL. ¡Yo...! ¡Flirtear yo con Fraicherose...! ¡Con la amiga de mi amigo Blucher...! ¿Por quién me tomas ...? LA SE

Se presentaba ruboroso, balbuciente, tímido, como un señor que desea pedir algo importante y asegura que ha venido á visitar á un amigo, por casualidad, aprovechando el haber pasado por cerca de la casa. Estoy de paso para Australia; y al enterarme de que vivimos en el mismo hotel.... Y la entrevista ocurría, por ejemplo, en Madrid.

Mais, comment! toi ici, grosse bête! Et moi qui t'croyais... 'Fais pas d'tapage, Lily! il faut m'respecter! 'suis ici l'Pape! A duras penas pudo el P. Irene hacerla entrar en razon. La alegre Lily estaba enchantée de encontrar en Manila á un antiguo amigo que le recordaba las coulisses del teatro de la Grande Opéra.

Yo acaso comencé a representar un pedazo de la comedia de San Alejo, que me acordaba de cuando muchacho, y represéntelo de suerte que les di codicia; y sabiendo, por lo que yo le dije a mi amigo que iba en la compañía, mis desgracias y descomodidades, díjome que si quería entrar en la danza con ellos.

En tiempo de nuestro amigo Ramón, los jóvenes creían esto; y había algunas personas graves que encontraban á Crebillon más inspirado que Lope, y Rotrou más grande que Moreto." El poeta de que hablamos escribió su correspondiente Alceste, con algún acto de un Bellerofonte y varias escenas de tragedia bíblica, también de cajón entonces.

Volví adonde me esperaban Flavia y Sarto, pensando en el extraño carácter de aquel desalmado, cuyo igual no he vuelto a ver en mi vida. ¡Qué arrogante tipo! fue el comentario de Flavia, que, mujer al fin, no se había ofendido con las expresivas ojeadas de Ruperto Henzar. ¡Y cómo parece sentir la muerte de su amigo! prosiguió.

Pues unas veces, porque «esa es la Ley», que parece hecha de intento para amparar delincuentes; y otras muchas, porque hacia ese lado la empujan... aquellas nubes negras que también vio usted anoche en su pesadilla. No lo creo, y usted perdone. ¡Dichoso usted! Pero ¿qué razón hay, puestos a creer en esas nubes, para que no favorezcan a nuestro amigo y sea condenado el otro?

Ayer precisamente he estado hojeando la «Historia moral de las mujeres» de mi amigo Legouvé, y he visto que las luchas perpetuas y las guerras continuas acabaron por poner los bienes en manos masculinas. Entre los invasores, las hijas estaban excluidas de la propiedad. Bien dijo el cura con satisfacción, muy bien...