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El hecho es que pasó la noche en el calabozo de la cárcel de la Pescadería, como cualquier pelafustán, todo un don Ambrosio O'Higgins, marqués de Osorno, barón de Ballenari, teniente general de los reales ejércitos, y trigésimo sexto virrey del Perú por su majestad don Carlos IV. CRÓNICA DE LA

Estando yo tan enamorado de doña Juana y estando Isabelita tan enamorada de D. Ambrosio, los cuatro correríamos grave peligro, si mi futura y yo nos quedásemos por aquí. Así tenemos razón sobrada para largarnos de este lugar, no bien nos eche la bendición el cura, y huir de dos tan apestosos personajes como son la madrastra de Isabelita y su hermano.

El erudito Llaguno y Amírola dejó unos curiosos apuntes sobre la navegacion del Guadalquivir y del Genil, estractos de las noticias que traen sobre la misma materia Zúñiga, Roa y Ambrosio de Morales.

De algunas de ellas suponía el Padre Ambrosio que él tenía conocimiento, pero este conocimiento era incomunicable, al menos para la generalidad de los hombres, porque ahora, entonces, en el momento en que el Padre Ambrosio hablaba y pensaba, no las podían llevar, esto es, no podían comprenderlas. Así fundaba el Padre Ambrosio su ocultismo en un texto sagrado.

Otras dos veces vamos á cruzar el Guadalquivir para hacernos cargo de Peñaflor y de Palma del Rio. Allí se veían en tiempo de Ambrosio de Morales las ruinas de la antigua ciudad y su famoso puerto. Hasta él, dice Estrabon, llegaban las naves cargadas de mercaderías.

Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos y vio que tenía por título: Canción desesperada. Oyólo Ambrosio y dijo:

A D. Gregorio, varón pacífico, pero celoso de su honra, le escribió un anónimo revelándole que su mujer tenía a las diez una cita conmigo. D. Gregorio, aunque lo creyó una calumnia, por lo mucho que confiaba en la virtud de su esposa, acudió con D. Ambrosio para cerciorarse de todo. Bajó del caballo, entró en la casa y subió las escaleras sin hacer ruido, seguido de su cuñado.

Vivir y morir en la obscuridad y en la inercia cuando tan grandes cosas realizaba el esfuerzo de los hombres, para Fray Miguel era insufrible. Resolvió, pues, someterse a todas las pruebas y a todas las operaciones mágicas de que el Padre Ambrosio había hablado a fin de remozarse y de lanzarse de nuevo en la palestra y tomar parte en la lucha.

Merced á nuestra natural incuria, por regla general deplorable, ahora por escepcion benéfica, consérvanse hoy estas ruinas próximamente en el estado mismo en que se hallaban á fines del siglo XVI y principios del XVII, cuando nos las describian Ambrosio de Morales y el licenciado Diaz de Rivas sin saber de cuán noble cadáver hacian la filiacion . Algunos preciosos vestigios que ellos vieron han desaparecido: quizás han sido cubiertos por la lenta crecida del terreno.

Dicho esto, el Padre Ambrosio, tomando en la mano la lámpara que ardía sobre la mesa y sirviendo de guía, hizo entrar a Fray Miguel en la mezquina alcoba donde tenía su cama. Allí había en el ángulo formado por las paredes del fondo y lado derecho una estrechísima escalera de caracol, por donde ambos frailes subieron más de treinta escalones.