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Desde que, siendo estudiante D. Ambrosio y ella hija de la pupilera en cuya casa D. Ambrosio se hospedaba, ambos se amaron y se casaron, había sido fiel, sufrida y hacendosa compañera de aquel hombre, gobernando la casa y cuidando de todo con ordenada economía y dando a D. Ambrosio, sin molestarle ni ofender su orgullo, los más juiciosos consejos.

Capilla de S. Ambrosio. Fué fundada y dotada por D. Juan Ruiz de Córdoba, maestrescuela de la catedral, el año 1501, contigua á la de S. Agustin en los tramos segundo y tercero de la primera nave principal. A esta capilla sigue en antigüedad la de Sta. Cruz de Jerusalen; pero antes debemos hacer mencion de otras obras ejecutadas por estos años.

Pero como el ocio nunca entró en mis cálculos, decidí estudiar una carrera, y elegí la carrera de médico-cirujano. Aquí, entre nos, le confesaré que siempre he considerado la medicina como la carabina de Ambrosio, pero la cirugía, ¡ah! eso es otra cosa.

Ni por difusión ni por intensidad cabía en esto adelanto o mejora en la serie de los siglos. Hermes sabía y podía más que el Padre Ambrosio. En su ciencia intransmisible no había habido ni podía haber habido progreso. El progreso, la difusión por enseñanza era dable para los menos iniciados en no pequeño conjunto de noticias, de secretos raros y de atinada averiguación de propiedades de los seres.

¿No he de conocerle si me he criado entre lodo? Pero tu lenguaje es escogido, Amparo: tus maneras riñen con tu posición, pareces una señorita disfrazada. Lo debo al padre Ambrosio; lo debo a los libros que leo. Y...¿qué libros te ha dado a leer ese religioso? Cuando supe leer y escribir, me puso en las manos la imitación de Cristo del padre Kempis.

Y todo esto lo tiene Ambrosio en las treinta varas que rodean su casa. En aquel terreno están cubiertas todas sus aspiraciones, no inquietándole el porvenir de sus hijos, puesto que sabe que en aquel suelo, mina inagotable cultivada por la mano del Sumo Hacedor, está encerrado todo el horizonte del mañana.

Su mujer era quien no se las prometía tan felices. La señora de Benítez tenía un carácter apocado y siempre pronosticaba males y no bienes. Ella era lo contrario de D. Ambrosio, que veía el porvenir de color de rosa y que soñaba con todos los refinamientos y primores del lujo y de la distinción suprema.

Ambrosio de Morales en los cinco libros «postreros de la Crónica general de España» (Córdoba 1586) pone antes de unos versos de Argote de Molina, en favorable recomendación de su obra, estas palabras: «ELOGIO DEL MUY ILUSTRE SE

Morsamor percibió en él con asombro el camaranchón donde el Padre Ambrosio tenía su laboratorio. El Padre estaba de pie, delante del atril donde leía un libro de magia. La lámpara que ardía sobre el atril, colgada del techo, parecía ser el punto o foco de luz, por cuya dilatación el círculo se había formado.

Ni tenemos los suficientes datos, ni la forma ligera de nuestras tradiciones nos permite historiar los diez años del memorable gobierno de don Ambrosio O'Higgins. La fortaleza del Barón, en Valparaíso, y multitud da obras públicas hacen su nombre imperecedero en Chile.