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Con arreglo á estos principios, podemos fijar clara y exactamente las ideas morales. [239.] La moralidad absoluta, y por consiguiente el orígen y tipo de todo el órden moral, es el acto con que el ser infinito ama su perfeccion infinita. Este es un hecho absoluto, del cual no podemos señalar ninguna razon

Muy entretenida se hallaba entonces leyendo la vida de Santo Domingo, porque a causa de la función de iglesia no había leído aquel día muy de mañana el Año cristiano, como tenía de costumbre, cuando entró Serafina a anunciar que don Paco llegaba a visitarla. Don Paco tenía entrada franca en aquella casa; pero Serafina le anunció para tener prevenida a su ama.

Encargó don Quijote al bachiller la tuviese secreta, especialmente al cura y a maese Nicolás, y a su sobrina y al ama, porque no estorbasen su honrada y valerosa determinación. Todo lo prometió Carrasco.

»Carlos palideció; yo me apresuré a decirle: »Y aun entonces, a usted le tocará preguntar y a obedecer. Parta usted, pues que es necesario, y si me ama, vuélvame pronto la dicha que se lleva privándome de su presencia.

La reina tenía y tiene en un apoyo muy fuerte; porque es fuerte todo aquel que lleva su amistad, su amor hasta el punto de sacrificarlo todo por la persona á quien ama, y una prueba de ello ha sido mi casamiento. ¡Ah! exclamó la duquesa. Don Juan se sonrió, y miró de una manera elocuentísima á su mujer.

Pedro replicó que su señora no estaba en casa. Hubo de terciar Casilda, que conocedora de la confianza que su ama dispensaba á Quevedo, no tuvo inconveniente en abrir. Entrad y os convenceréis le dijo : si queréis esperar á la señora, esperadla. Dejadme, sin embargo, subir, hija. Subid enhorabuena. Quevedo subió, y con su audacia acostumbrada, lo registró todo, hasta la alcoba.

Espere usted, señora... allí... parece que nos hacen seña... , a nosotras es. Ah, son ellos, ... ¿Quién? El señorito Paco y don Álvaro. Petra notó que su ama temblaba un poco y palidecía. ¿Dónde están? A ver si podemos, antes que.... Ya no podían escapar. Don Álvaro y Paco estaban delante de ellas.

Al pasar junto a la Regenta la miró cara a cara, distraído, pensando en su venganza; pero ella sintió aquellos ojos en los suyos como un contacto violento. ¡Eran los celucos! ¡Así miraban los celos! Era una belleza infernal, sin duda, la de aquellos ojos, ¡pero qué fuerte, qué humana! Dejaron ama y criada por fin el boulevard y entraron en la calle del Comercio.

Así fue que sintió una especie de alivio cuando ella le respondió con indulgencia: ¿Por qué? Cuando no hay cálculo en ninguna de las dos partes, el corazón no conoce las balanzas. El que ama verdaderamente se da sin contar, y para las almas bien nacidas, el que da es todavía más obligado que el que recibe. Todo el mundo no lo juzga así...

Yo andaba también por allí cerca; pero no recuerdo bien si mi ama desahogó su furor en mi humilde persona, demostrándome una vez más la elasticidad de mis orejas y la ligereza de sus manos.