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Mi país no tiene ambición; ya la tendría yo por él. Yo le daría las islas Jónicas, Malta, las Indias, la China y el Japón; y no sufriría que se hablase de monarquía universal. El señor de Bretignières dijo Germana se parece al preceptor aquel de quien uno de los alumnos robó un higo. Le hizo un sermón sobre la glotonería y se comió el higo en el calor de la improvisación.

Con frecuencia desaparecían alumnos del Seminario, y los catedráticos contestaban con un guiño malicioso a las preguntas de los curiosos: Están «allá»... con los buenos. No pueden ver con calma lo que ocurre. Cosas de chicos... calaveradas. Y las tales calaveradas les hacían sonreír con paternal satisfacción.

Y cuando él vio el fracaso de aquella intentona y palpó la dolorosa realidad, se fue a Caracas, la ciudad de Bolívar, y allí agrupó en torno suyo numerosos admiradores y amigos. En Caracas dio clases de oratoria a una juventud valiosa. Varias veces a la semana y por espacio de dos horas, vibró su voz elocuente en mitad de sus alumnos que lo escuchaban maravillados.

La biblioteca del Seminario la trataba como cosa propia. Algunas tardes iba a la catedral para perfeccionar sus estudios de música religiosa hablando con el maestro de capilla y el organista. En el aula de oratoria sagrada dejaba estupefactos al profesor y los alumnos por la fogosidad y la convicción con que pronunciaba sus sermones.

Por lo demás, los alumnos estan convencidos de que aquellos instrumentos no se han comprado para ellos; ¡buenos tontos serían los frailes!

Pertenecía aquella clase a un malhadado colegio criollo, cuya disciplina era menos que dudosa y cuyos estudiantes eran más que personajes. Cada vez que monsieur Jaccotot iniciaba alguna explicación, alzaba la voz algún impertinente. Espíritu sencillo, monsieur Jaccotot solía reprender entonces a sus alumnos, exclamando: En cuanto abro la boca, un imbécil habla.

Uno de nosotros se acercó a preguntar a un obrero de luenga barba, que iba armado con carabina de caza, por D. León. «D. León... D. León... ¿qué se yo quién diablos es D. Leóndijo sin detenerse; y volviéndose a los pocos pasos, exclamó en tono áspero: «¡Eh, chiquillos, metéos pronto en casa, no vaya a suceder una desgraciaLos tres alumnos del colegio del Salvador seguimos por la calle de la Magdalena hasta la plaza del Progreso.

Reinaba en el mostrador de un despacho de tabacos y, desde el prefecto marítimo hasta los alumnos de segundo año, toda la aristocracia náutica de Tolón iba a fumar y a suspirar a su alrededor. Pero nada podía trastornar aquella firme cabeza, ni los vapores del incienso ni el humo de los cigarros.

Pero no se pasaron muchos días sin que el cielo vengara al pobre Manuel, dejando a Miguel en extremo complacido, y fue del modo siguiente: Salieron una tarde de paseo hacia la Moncloa todos los alumnos y profesores, y cuando hubieron llegado a sitio a propósito, mandó el director romper filas, y los chicos comenzaron, como ordinariamente, a recrearse acompañados por sus maestros.

Existía también entonces un curso preparatorio en español y latín, y los alumnos de teología y de derecho tenían que estudiar algunas de las asignaturas de la facultad de letras. En 1856 el gobierno nacional asumió la dirección y mantenimiento de la universidad, pero dejándole autonomía en su administración. Esta nacionalización no produjo ningún cambio importante excepto en el nombre.