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Por cierto que es muy raro hallar bellezas indiscutibles; la de mi prima se imponía y no podía ser discutida. No gustaba siempre, porque su fisonomía era altiva y a veces algo dura, pero aun los que menos la admiraban, veíanse obligados a decir con mi tío: Es terriblemente linda.

Y sólo ahora, ahora que está muerta, comprendo claramente hasta qué punto se sentía miserable y quebrantada, allí tendida sobre los cojines, ella que ordinariamente se mostraba para y para los demás tan altiva y estricta. Era como si algún prodigioso dolor hubiera roto en ella el resorte íntimo de la vida. Hoy veo todo eso claramente; entonces nada veía, nada quería ver.

La frente de la dama se frunció con más severidad y se acentuó la altiva expresión de sus ojos. Apretó un poco el paso: y al llegar a la calle del Conde de Aranda se detuvo y miró hacia atrás, con objeto sin duda de ver si llegaba un tranvía.

Suelto el cabello en desatados rizos, que en caprichosas ondas sobre tu espalda mórbida se tienden, velando y no cubriendo sus hechizos; entornados los ojos, que se encienden absorbiendo el placer con sus miradas, tus hermosas mejillas sonrosadas por el calor intenso de la pasion ardiente; entreabierto el labio sonriente, y en lánguido abandono reclinada, altiva recordando con la mente inflamada, los pasados momentos de ventura, la idea de otros mil acariciando que guarda para lo venidero... ¡Qué hermosa estás así! ¡Qué feliz eres! ¡Cuántos tesoros guardas codiciosa! ¡Qué ignorados placeres promete tu mirada cariñosa! ¡Oh! pero... escucha y : ¿ya no te acuerdas de aquella niña hermosa é inocente, encanto de mi loca fantasía? ¿Acaso no recuerdas su tibia y pura frente?... Toca la tuya... ¿No es aquella?... ¿Abrasa, y no es ya trasparente como aquella?... Mas ¿qué importa si es bella? ¡Sigue escuchando, sigue!... ¿No recuerdas sus ojos apagados, grandes, suaves, serenos... No me mires... Los tuyos, entornados, de brillo y pasion llenos, son más hermosos... pero ya han perdido la tranquila mirada que lucia en la niña inocente que amé un dia. ¿Has dado ya al olvido aquellos labios rojos y brillantes, frescos y húmedos siempre, como la rosa que mojó el rocío?... ¿Por qué tocas los tuyos, amor mio? ¿Están secos? ¿Qué importa?... ¿Queman tánto?... No te aflijas por eso.

Así lo sintieron los antiguos vascos, nobles descendientes de los íberos, nuestros abuelos: por el anhelo de libertad y altiva valentía, construían sus residencias al borde de las fuentes, á la sombra de los grandes árboles, y más aún que su fiereza, el amor á la naturaleza aseguró durante siglos su independencia.

En aquel momento, la altiva e impecable criatura experimentaba una acre voluptuosidad al pensar en los estragos irreparables que iba a causar aquel papel azul en el que su mano trémula escribía sin vacilación ni remordimientos las líneas acusadoras, como un líquido corrosivo en el blanco traje de desposada.

Sus ojos negros, dulces y profundos, mortificados por las lágrimas, presentaban un círculo azulado, y su frente admirable, coronada de cabellos rubios ondulados y recogidos sin coquetería, daba á aquella altiva fisonomía un aire de incomparable nobleza.

¡Oh! ¡, es verdad! dijo dolorosamente la Dorotea ella es una noble dama; su padre es un valiente soldado... yo... yo no tengo padres... yo soy una mujer perdida; ella es menina de la reina... yo soy comedianta... pero ella no le ama como yo... no, no le ama como yo... de seguro ella no es capaz de hacer por él lo que yo haré... ella... ¡ah! ¡ella es altiva! está enorgullecida por su nombre, por su nobleza, y él es sobrino de un cocinero... esa mujer... aunque le ame... estoy seguro de ello, no le confesará su amor... mientras que yo le he abierto mi alma entera.

Y en aquel momento comprendió que la quería de veras. No, no era sólo la atracción de lo misterioso y anormal; era que aquella mujer se le había metido en el alma. Hizo un esfuerzo por serenarse, dominó la impresión que sentía, y dijo: Pues bien; sólo dos cosas deseo saber ahora; primera: ¿cree V. que Julia quiere todavía a D. Javier? Me parece demasiado altiva, demasiado digna...

Así que entró se me ocurrió que en su hermosa cabeza bullían ideas matrimoniales. Tenía treinta años; su estatura era suficientemente elevada para que Pablo a su lado, se transformase en pigmeo; era su expresión inteligente y altiva, y tal que nadie le hubiera otorgado la aureola de la santidad a primera ni a segunda vista.