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En el Canadá, el telégrafo eléctrico, mucho más rápido que la electricidad celeste, hace circular de puerto en puerto el aviso de la tempestad que se prepara á recorrerlos todos. El gran consejero para el marino que se encuentra en alta mar, es el barómetro. Su perfecta sensibilidad revela los grados exactos del peso con que le oprime la tempestad.

Y yo siento tener que recordarte que esa persona, por la que profeso la más alta estima, ha sido la compañera y la amiga de tu mujer, mi pobre hija añadió Neris con severidad. El conde se mordió los labios. Su celoso rencor le había llevado demasiado lejos. Tienes razón, tío, no he debido olvidarlo dijo esperando cortar así el debate. Pero Eva no le permitió esquivarse por esta hábil maniobra.

Al otro lado del cuarto estaban las tres sillas. La niña quería descansar antes de ir a casa. Primero probó la silla grande; pero era muy alta. Después 45 probó la silla mediana; pero era muy ancha. Por último probó la silla pequeña; pero al sentarse en ella la hizo pedazos. Luego vio las camas en la alcoba, y quería dormir la siesta antes de ir a casa.

Llamo a un jardinero, le encargo un ramillete, y... ¡listo! De noche me quedaba en casa, conversando con la enferma o charlando con Angelina. Ella y tía Pepa hacían sus flores, y yo hojeaba un libro o leía para . ¡Lea usted en voz alta! solía decirme la doncella. Lea usted algo bonito.... ¿La vida del santo del día? ¡No! contestaba en tonillo suplicatorio, haciéndome un mohín de niña mimada.

La fiera, de pronto, lanzó un chorro de sangre por la boca, y tranquilamente dobló las patas, quedando inmóvil, pero con la cabeza alta, próxima a levantarse y acometer. Se aproximó el puntillero, deseoso de acabar cuanto antes y sacar al maestro de su compromiso. El Nacional le ayudó, apoyándose en la espada con disimulo y apretándola hasta la empuñadura.

En la noche á que nos referimos, nuestro hombre daba con sus pesadas manos tales palmadas, que sonaban como golpes de batán y los demás metían ruido dando porrazos en el suelo con los bastones. En vano pedían silencio y moderación los del interior, personas entre las cuales había diputados, militares de alta graduación, oradores famosos.

Reinaba la alegría, a juzgar por las sonoras carcajadas que se oían a cada instante y las bromitas que se cambiaban en voz alta. De los más jaraneros y divertidos era mi amigo Villa, que por la confianza que tenía en la casa se autorizaba ciertas libertades, como pellizcar a las muchachas y hacerse abanicar por ellas.

Escúchase un redoble: La infantería inmoble Sus armas descargó. Y al ver sus bayonetas «Á la carga, cornetasZacarías gritó. Y todos enristraron Y en pos de él se arrojaron Sus lanzas á estrellar. ¿El plomo y la metralla, El foso y la alta valla Su furia detendrá? Proteja Dios al fuerte Que va á retar la muerte Cargando con valor! Y si caer le toca, Caiga como una roca Con ímpetu y fragor.

Pero de esta indiferencia del público le compensaban los elogios de sus compañeros de la Alta Cámara, a los que había regalado el libro y lo conservaban intacto sobre la mesa, sin cortarle las hojas; los sueltos laudatorios de los diarios, obra también de gentes que no hacían mas que pasear la mirada por el índice. El prólogo del jefe lo habían publicado todos los periódicos del partido.

Un grupo de mozuelos apostados en los solares inmediatos hacía frente a los acometedores, con la arrogancia de la juventud. Eran los valientes que surgen en toda revuelta, los héroes de la calle, que son cantados por la más alta poesía cuando triunfa una revolución, o van a la cárcel con los rateros cuando intervienen en un motín.