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Besa las manos de V. m. Ant. Perez. Janvier. Bibl. Nac. de París, Fr., 3.652, fol. 32. Colección Morel Fatio, núm. Ex.^mo Sr. Vn Peregrino, que salió de su patria en cueros, no puede dar don sino de cuero. Esto será disculpa de mi altreuimiento en embiar a V. Ex.^a Essa bota, o, borracha, q. llaman y vsan en España para regalo adobada allá con ambar, que me truxo El Sr. Jacome Marenco.

Si no hay mas criterio que el de causalidad, el entendimiento se encuentra aislado, sin poder ir mas allá en el órden de los efectos, que hasta donde llegan los producidos por él mismo; y en el de las causas, no puede subir mas arriba que de propio; porque si sube, ya conoce cosas que él no ha hecho, á saber, la causa que le ha producido á él.

Desta isla digo que salieron Las balsas, se atraviesa la corriente Del rio, que Uruguay, indios pusieron Por nombre: tierra firme está de frente; Las balsas allá van, mas no pudieron Las olas contrastar, que no consiente La fuerza del canal remo ni pala, Que todo lo abandona y lo desvala.

Pero los sátiros de pantalón encarnado las persiguen con saña, las atrapan aquí y allá y las traen cautivas enmedio de risotadas odiosas. Mientras tanto la pobre Consuelo, encima del árbol y bloqueada por tres de estos silvanos voluptuosos, se niega terminantemente a bajar mientras no se alejen por lo menos cincuenta varas. Ellos ¡los crueles! se niegan.

Atraviesan el puente levadizo y continúan su carrera por el prado inmenso, que termina allá, en el bosque de abetos. Gertrudis da un regate hábil, pasa como una flecha junto a Juan, y antes que él haya podido seguirla está al otro lado del río.

Petra observaba con el rabillo del ojo la impaciencia del Magistral, que preguntó: ¿La iglesia está cerca, creo, saliendo por ahí por el bosque, verdad? , señor; pero hay tres callejas que se cruzan y puede darse en el río en vez de... si quiere usted ir, le acompañaré yo misma; ahora no tengo nada que hacer allá dentro.... Si eres tan amable.... Petra echó a andar delante del Magistral.

La administración se reducía á tomar las cuentas cada trimestre á dos colonos que cultivaban aquellas heredades. Ellas no eran niñas. La hermana del Marqués, llamada doña María de la Paz Jesús, pasaba un poquito más allá de los cincuenta, aunque se conservaba muy bien. Esta doña Paulita era una santa. Vivían humildemente, casi pobremente; pero con mucho arreglo.

Esto lo decía con tanta naturalidad, que Guillermina, por un instante, no supo si indignarse o tomarlo a risa. «Vaya, que las ideas de usted me gustan... Se me figura que marido y mujer allá se van... en sabiduría. Si usted no se desdice al momento en todos esos disparates me voy y no vuelve a verme en su vida más. No se puede tolerar esto...».

Eran largos colgantes de intenso azul en los que flotaban enjambres de estrellas. Al poco rato, una brisa fresca barría los últimos jirones, que se amontonaron más allá de la popa, río abajo, formando una barrera blanca. Quedaron completamente al descubierto, con la limpieza de un cuadro recién lavado, la superficie del estuario y la costa negra con sus resplandores de faros y de pueblos.

Ya se ve: en el ir y venir de las ideas, en el menguar y en el crecer de los entusiasmos, los límites y los terrenos se confunden, y se hace un amasijo allá, tan enmarañado y tan rebelde, que para deshacerle no basta en ocasiones toda la fuerza analítica del discurso. Pudiera citar a usted muchos ejemplos de ello.