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Allá fuera, en la calle, percibió fuerte rumor de gente; luego extraños sonidos que le dejaron yerto. El pobre don Roque no sabía que le estaban dando a aquella hora sus enemigos una regular cencerrada. Estuvo por llamar a la criada, pero temió que tales sonidos fuesen como otras veces imaginarios. Y, en efecto, se confirmó en la idea al escuchar una descarga de campanas que le ensordecieron.

Sordo fragor en sus entrañas ruge Al despeñarse el agua del torrente, Cual si arrastrase en rápida corriente De un mundo el esqueleto colosal. Y allá en su cima los eternos hielos Brillan como el almete de un guerrero, Cuando cubierto de fulmineo acero Se atrevido su creston ondear.

Y si algún empleado de los que van de la Península, se enriquece por allá, bien puede afirmarse que no es á costa sino con beneficio de ellos, favoreciendo el contrabando. En lo tocante á la solicitud con que el gobierno de la metrópoli procura el fomento de la producción agrícola, de la industria y del comercio de Cuba, se llega á un extremo casi increíble.

Al menos, la señora Latour-Mesnil y su hija habían encontrado muchas veces en los salones al señor de Maurescamp; no era de sus íntimos, pero le habían visto aquí y allá, en el teatro, en el bosque: sabían cómo se llamaba, y conocían sus caballos. Esto era algo.

Yo, cierto, que entendí de esta reyerta De Santa-Fé algun tanto, y de aquel hecho Por cosa averiguada tengo y cierta, Que hizo Lerma en ir grande provecho: Que en ver allá que estaba allí á la puerta, Quien guardar procuraba el fil derecho; La canalla Argentina reposaba, Y el nombre de Fílipo celebraba.

Veíase aquí á dos religiosos cuyas manos y antebrazos teñía de rojo el mosto; más allá otro, anciano y robusto, llevaba al hombro el hacha con que acababa de cortar grandes haces de leña; seguíale el hermano esquilador, cuya ocupación denunciaban las enormes tijeras que llevaba colgadas al cinto y las vedijas de lana adheridas al sayal.

No había cuidado de que atacasen á los barcos indefensos, como en los mares del Norte. Sus tristes hazañas de allá habían sido impuestas por las circunstancias, por el sano deseo de terminar cuanto antes la guerra dando golpes aterradores é inauditos. Te aseguro que en nuestro mar no harán nada de eso.

Don Ignacio decía el bueno de Sardiola fue siempre así. Mire usted, del cuerpo dicen que nunca padeció nada.... ¡ni un dolor de muelas! pero asegura el ama Engracia que ya desde la cuna tuvo una a modo de enfermedad... allá del alma o del entendimiento, o ¡qué me yo!

Me dio cuenta de que aún no había hablado con su padre, porque éste se había retirado tarde. «No importa; en cuanto se despierte voy allá y en cuatro palabras le pongo al corriente de todo. Pierda usted cuidado, que ha de hacer en su obsequio lo que pueda. Pidiéndoselo yo...» A pesar de las seguridades que me daba, no dejé de sentir cierta inquietud.

Más allá de las columnatas de palmeras y pinos parasoles se elevaba el golfo, como un telón azul. Su borde superior sobrepasaba las rumorosas copas de los árboles. Un edificio enorme apareció, metido en el agua. Era un palacio en ruinas, ó más bien un palacio sin terminar, de gruesos muros, labrados ventanales y sin techo.