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Mozos de vida airada, acostumbrados a peleas nocturnas con las rondas de alguaciles y a largas estancias en la cárcel por deudas, convertíanse al otro lado del Océano en magníficos señores que destronaban emperadores, colocaban otros en su lugar, o concluían por sentarse en el trono.

Nepomuceno le había escogido porque con media palabra se habían entendido, y también porque sólo un hombre como Lobato, que era el terror del concejo, podía cobrar las rentas de aquellos caseros, que solían recibir a pedradas y a tiros a los comisionados de apremios, a los alguaciles y a los mayordomos.

Y el munícipe volvió a su asiento, enjugándose la frente, miró al gobernador con aire satisfecho y dijo a los dos alguaciles: Tenedle bien por la brida. ¿Que quién soy? dijo el extraño caballero levantando altivamente la cabeza, que hasta entonces no se había podido distinguir bien.

Tuvieron conocimiento de la broma algunos alguaciles, y un día, en que los muchachos estaban reunidos, fueron sorprendidos por la autoridad, y aunque escaparon algunos, lograron ser siete de ellos presos, seis de Sevilla y el último, hijo de un noble cordobés y el cual muchacho no pasaba de 13 años.

Mientras se concertaban los alguaciles, el alcalde paseaba por el comedor, completamente olvidado de que la sopa, el cocido y la ensalada esperaban que tuviese a bien hacerles los honores cotidianos. Como se ve, el bueno de don Rodrigo no era víctima del pecado de gula; pues su comida se limitaba a sota, caballo y rey, sazonados con la salsa de San Bernardo.

Conque ¿habéis comprendido bien lo que os he dicho? ; , señora; prender á don Francisco sin herirle ni maltratarle, aunque resista; llevarle á donde Rivera me diga, y á la noche enviarle en una litera, cerrada, con una guarda de cuatro alguaciles á caballo, al alcázar de Segovia. Al punto de obscurecer. Muy bien, señora. Recordad que esto es lo primero que os mando.

La justicia tomó por el atajo; dejó una guardia de alguaciles con los muertos, y asimismo, para que la casa guardasen; envió al hospital los heridos, y a todos los otros, sin exceptuar a Margarita ni a Florela, se los llevó a la cárcel y los encerró.

Los alguaciles, que eran dos marqueses, marchaban delante montando briosos caballos y haciendo piernas con ellos. Gran tempestad de aplausos al verlos aparecer: los muchachos se presentaban vestidos de chulos con ricas capas sobre los hombros, imitando perfectamente en el modo de andar el aire y el contoneo peculiar de los toreros.

Esto, a lo menos, no puedo dejar de contarlo, porque se note la crianza y puntualidad de mi buen marido. «Al entrar de la calle de Santiago, en Madrid, que es algo estrecha, venía a salir por ella un alcalde de corte con dos alguaciles delante, y, así como mi buen escudero le vio, volvió las riendas a la mula, dando señal de volver a acompañarle.

Francisco Martínez Montiño no pudo ver nada de esto, porque tal iba cuando entró, ó cuando le entraron en el calabozo, que no veía: ni los que estaban allí pudieron verle el rostro, porque los alguaciles le dejaron en la sombra negra proyectada por el farol. Eran los que allí estaban dos hombres y dos mujeres.