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¡Ahí vienen, vienen todos!... ¡Me buscan, me buscan!... ¡Han lanzado contra un millón de víboras! ¡Todos las ponen en el suelo! ¡Y yo no tengo más cartuchos!... ¡Me han visto!... Uno me apunta... El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento, vió una yararacusú que arrollada sobre misma esperaba otro ataque.

Entró en la cocina Tona, algo tocada también de la murria inverniza, a trajinar en el fogón donde hablábamos mi tío y yo al calorcillo de la lumbre, y ya no pude preguntarle lo que tenía a la punta de la lengua, como exploración siquiera alrededor de la casta de aquel nuevo «punto» que me había puesto en gran curiosidad.

Los rumores se forman así, hablando y oyendo todo el mundo simultáneamente. Pero, hijita, no hay forma de saber nada. Ya sabes que yo no soy politiquera la mujer en su casita ; pero, claro, he tratado de explorar, de averiguar algo por medio de una amiga que es muy amiga de una parienta del doctor Crotto. Nada, hijita, no he podido saber nada, porque el doctor Crotto tampoco sabe nada.

Esto sería todo lo razonable y discreto que se quiera suponer; pero la curiosidad no disminuía, antes bien aumentaba. Revivió con fuerza en Zaragoza, después que los esposos oyeron misa en el Pilar y visitaron la Seo. «Si me quisieras contar algo más de aquello...» indicó Jacinta, cuando vagaban por las solitarias y románticas calles que se extienden detrás de la catedral.

Mario fue un lunes algo tarde a la oficina, como de costumbre. En el despacho, a más de la de él, que era el jefe, había otras tres mesas para los oficiales.

Por este arte despotricaba en sus adentros Leto Pérez bajando una mañana hacia el muelle, sin corbata ni chaleco, con una ancha boina en la cabeza y, por todo ropaje exterior, una americanilla y unos pantalones de lienzo. Como arreglaba la marcha al compás de los pensamientos, andaba con relativa lentitud, algo cabizbajo y con las manos en los bolsillos.

Todo estaba en contra de la madre: el mundo le era hostil; la naturaleza misma de la niña tenía algo perverso en su esencia, que hacía recordar continuamente que en su nacimiento había presidido la culpa, el resultado de la pasión desordenada de la madre, y repetidas veces se preguntaba Ester con amargura si esta criaturita había venido al mundo para bien ó para mal.

Noté muy bien en su cara una pequeña sorpresa y también se me ocurrió que la noticia le producía algo así como un desencanto. ¿Me habrá puesto demasiado alto, me habrá figurado inasequible cuando parecía festejarme? Todo esto se junta en mi alma con reflexiones oscuras y me sería difícil escribirlo.

Llevaban a prevención algunas botellas, y al quedar vacías éstas, probaron a beber cierto alcohol de tocador, agua de Colonia o algo semejante, riendo de las muecas y náuseas que el líquido perfumado provocaba en algunos. Cuando más contentos estábamos, surgió la pelea entre el belga y ese alemán pariente de Nélida, los dos amigos más íntimos, siempre juntos desde que entraron en el buque.

Desde su atalaya reconoció Benina los muebles decrépitos, derrengados, y no pudo reprimir su emoción al verlos. Eran casi suyos, parte de su existencia, y en ellos veía, como en un espejo, la imagen de sus penas y alegrías; pensaba que si se acercase, los pobres trastos habían de decirle algo, o que llorarían con ella.