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Tenía muchos motivos continuó para cambiar de nombre como antes tuve graves razones para mantener el anónimo; razones que no emanaban tan sólo de consideraciones de prudencia literaria y de modestia bien entendida. Ya ve usted que hice bien, puesto que nadie sabe hoy día que aquel que firmaba mis libros ha concluido prosaicamente por hacerse alcalde de su pueblo y cultivador de viñas.

ALCALDE. Mando, ; pero en acabando yo de hablar. Exponga Cleto Rejones su particular. CLETO. ¿Hablo? ALCALDE. ¡Bárbaro! ¿Pues no me oyes?... CLETO. De modo que como usté me dijo.... ALCALDE. ¿Cantas..., ó te condeno? CLETO. Pos canto y digo. Yo tengo, en primeramente, un güerto cerrado sobre y á paré seca.

En este estado agolpó un número considerable de gentes á la plaza mayor, esplicando á voces el mismo concepto que habian manifestado el Señor Alcalde de primero voto y el caballero Síndico.

En la plaza habían golpeado al alcalde y á varios vecinos que salían á su encuentro. El cura, inclinado sobre unos agonizantes, también había sido atropellado... Todos presos. Los alemanes habían de fusilarlos. Las palabras de la vieja fueron cortadas por el ruido de algunos automóviles que se aproximaban. Abre la verja ordenó el dueño al conserje.

Toda la severidad del alcalde desaparece; bondadosamente lo interroga: ¿De qué enfermedad ha muerto tu mamá? ¡Oh, cómo recuerda Juan la emoción con que aquella frase fue dicha! Súbitamente recuperó la confianza y se hizo locuaz.

Lo falso que es pensar de la mencionada manera se advierte a las claras, considerando que ni el alcalde, ni el ayuntamiento, ni el rey, ni los ministros, ni nadie de cuantos se sobreponen y mandan incurrirían en maldades y harían cosas estúpidas, si no los sostuviese en su maldad y en su estupidez, colaborando con ellos, cuando no la mayor parte, la más activa y briosa de los seres que componen la nación, la ciudad, la villa o la aldea.

Don Juan dormía esa tarde, y sobre un sofá de la sala, la obligada siesta de los españoles rancios, y despertó, rodeado de esbirros, a la intimación que le dirigió el alcalde. ¡Por el rey! Dése preso vuesa merced. El vizcaíno echó mano de un puñal de Albacete que llevaba al cinto y se lanzó sobre el alcalde y su comitiva, que aterrorizados lo dejaron salir hasta el patio.

Oficiaba su gran pontífice don Procopio, y entre los cofrades , con sorpresa, al piadoso y manso don Basilio. Era muy aficionado a las cuarenta el señor alcalde; pero nunca pasaban de un duro sus apuestas. Sólo jugaba palabras textuales para matar el tiempo.

Su excelencia me da muchas todos los días, señora contestó respetuosamente Santos. Una orden de... prisión. Efectivamente, señora: su excelencia me ha dado orden de que mande en su nombre á un alcalde de casa y corte, que prenda á... ¿Don Francisco de Quevedo? , señora. Don Francisco es caballero del hábito de Santiago y no puede ir á la cárcel dijo doña Catalina. Se le prenderá en su casa.

Como el Alcalde Maior fue avifado de nueftra falida, i venida, luego aquella noche partiò, i vino adonde nofotros eftabamos, i llorò mucho con nofotros, dando loores