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Hablaba hasta por los codos, y siempre eran las desdichas ajenas las que le arrancaban los mayores lamentos. A Pito Salces se le hallaba indefectiblemente a los alcances del roce con Tona en sus manipuleos de cocinera diligente: hacia el rabo de la sartén, por ejemplo, y en los linderos del camino más trillado entre el fogón y la alacena del aceite y las especias.

En este método de vida, y sin pensar en abandonarle, porque no conocía otro más divertido, cumplió Verónica los veintidós años. Decían los cronistas de salones por escrito, y de palabra el enjambre de aduladores que cenaban en su casa y la perseguían en las ajenas, que era, por entonces, el dechado de todas las perfecciones escultóricas y el conjunto de todos los donaires del ingenio.

Este detentador de fortunas ajenas, llegado a una insolente altura por sendas extraviadas y procedimientos vergonzosos, gozaba de un favor y de una influencia más insolentes todavía.

La cuenca del río mencionado es inmensamente rica y está admirablemente dispuesta para el desarrollo de la agricultura, tanto por la variedad y abundancia de sus productos como por las facilidades que para la exportación ofrece el que sus aguas sean navegables en todo su curso; ésto contribuye principalmente á que se considere á esta parte de Mindanao como de las más ricas y apropiadas para la colonización; por más que hay que tener muy presente que, debido á circunstancias que no mencionamos por ser ajenas á la índole de este trabajo, se ha exagerado de un modo fabuloso la importancia que bajo el punto de vista comercial tienen en la actualidad sus producciones, alejándose mucho de lo que verdaderamente es hoy aquel territorio.

Posteriormente hemos sabido que se ha suprimido la publicación de este periódico. El hecho es que la cosa se ha dicho, y haya sido padre de la Iglesia, filósofo o dios del paganismo, no es menos cierta ni verosímil, ni más digna tampoco de ser averiguada en tiempos en que dice cada cual sus cosas y las ajenas como y cuando puede.

Si a usted le repugnan a veces ciertas palabras, ciertas acciones de estas buenas señoras, no se deje llevar por la imaginación, no las condene ligeramente; perdone las flaquezas ajenas y piense bien, y no se cuide de apariencias.... Y ahora, hablando un poco de , ¡si usted pudiera penetrar en mi alma, Anita! yo que jamás podré pagarle esta hermosa resolución de esta tarde....

»Habiendo deseado recoger todas las comedias de V. md., más para crédito de mi buena elección, que para vanidad de mi inteligencia, he hallado tan confundidos sus títulos y tan menoscabado su número, que me he resuelto á recurrir á V. md., para que pasando de oráculo de los ingenios en común oráculo de su ingenio, en particular me declare estas dudas, pues no puede haberla en que será más digno empleo de su numen el desagraviarse de los descuidos propios ó de las equivocaciones ajenas, que el haber por tan dilatado curso de años sido objeto de los aplausos ajenos con los cuidados propios, cuanto va de ser V. md. quien se califique, á ser los demás los que le veneren.

Yo vi el cielo abierto, y en son de entretenimiento para el camino, le rogué que me contase cómo y con quiénes y de qué manera viven en la Corte los que no tenían, como él, porque me parecía dificultoso en este tiempo, que no solo se contenta cada uno con sus cosas, sino que aun solicitan las ajenas. -Muchos hay de esos -dijo-, y muchos de estos otros.

Nuestro espíritu no está solo: la conciencia de lo que estamos experimentando todos los dias, nos atestigua la comunicacion con otros espíritus, que como el nuestro tienen una conciencia de propios, que como el nuestro tienen una esfera de actividad, que como el nuestro se hallan sometidos á actividades ajenas, sin su voluntad y á veces contra su propia voluntad.

Querían dar a las palabras entonación cariñosa, y no acertaban a decirse sino cosas que les eran ajenas. Desembocaron en la plaza de Oriente. Mira, Tirso, estamos en Palacio. El forastero contempló un instante el soberbio edificio sin poder contener una expresión de disgusto, cual si allí viviera alguien a quien personalmente aborreciese.