United States or Svalbard and Jan Mayen ? Vote for the TOP Country of the Week !


Copio textualmente esta obra maestra que la abuela me ha traído como dato para mis estudios sobre las solteronas; pues se trata de una carta de Celestina al cura, la carta que tanta curiosidad me había inspirado. Corrijo las faltas de ortografía, para facilitar su lectura. Celestina Robert al señor cura de San Aprúnculo. «Aiglemont 15 de noviembre de 1903.

Cuando todo desaparece de las antiguas fortalezas, y la ciencia militar, tocada por el progreso, destruye todo lo que nuestros antepasados habían tenido a honor construir, Aiglemont escapa a la destrucción y sigue presentándose orgullosamente en su recinto de fortificaciones que la mantienen y la protegen contra una caída posible en el valle.

»Cura arcipreste de la catedral de Aiglemont,» »da las gracias a la señorita Celestina Robert por su interesante comunicación, que ha llegado tarde. Por este año no es posible ningún cambio en la reglamentación de las fiestas habituales. El señor Labertal aprovecha la ocasión para recomendaros a las buenas oraciones de la señorita Robert

Por fin ha habido una carta suya, dirigida esta vez al padre Tomás, a propósito de un volumen que no se encuentra en las librerías... Pero como el volumen me interesa poco, retengo sobre todo la frase en que el señor Baltet asegura que su viaje a Aiglemont ha sido su camino de Damasco, y que su sueño dorado sería llamar su mujer a aquella de quien conserva tan profundo recuerdo...

Volví discretamente la cabeza para darme cuenta de lo que pasaba, y vi con terror que me había colocado justamente delante de las dos peores lenguas de Aiglemont, dos solteronas, naturalmente. Confieso que mi amor a las solteras se alía muy bien con un justo conocimiento de los defectos de algunas de ellas. Entre muchos ángeles hay algunas víboras.

El habitante de nuevo cuño tiene un lenguaje muy distinto: Aiglemont dice, es la fortaleza del obscurantismo, del clericalismo y del fanatismo. Es un país de supersticiones; transformémosle en país de luz. Y detrás de sus fortificaciones, los aiglemonteses, divididos en dos campos, miran con malos ojos a todo el que no piensa como ellos.

El señor Baltet dio las gracias y aceptó, diciendo que quería aprovechar su estancia en Aiglemont para hacer unos estudios arqueológicos del mayor interés. Tiene una carta de recomendación para el padre Tomás, lo que pareció encantar a la abuela. Pero Francisca dio un violento golpe a su encanto, expresando que tendría mucho gusto en ser admitida a contemplar esas cosas que tanto le gustan.

Vas a salir de Aiglemont; hasta que te vayas, estaremos en la misma actitud en que estábamos. ¿Has comprendido?... Acepto tus condiciones puesto que he obrado mal contigo... Pero... yo... Magdalena... te quiero como siempre... Sin duda... el gato quiere al ratón con que juega... Adiós, Francisca. Hizo un movimiento para abrazarme, pero yo permanecí helada. Adiós, Magdalena... Eres dura...

Piensa en los gritos que darían nuestras amigas si la camarilla llamada alta burguesía se reuniese con la pequeña, y si la gente aristocrática acogiese al comercio y a los que participan de las ideas gubernamentales... ¡Dios mío! la mitad de Aiglemont sucumbiría del ataque causado por la indignación.

Después, si el guía está dotado de un alma verdaderamente aiglemontesa, pondera el pasado en detrimento del presente: Aiglemont dice con énfasis en el tono arrastrado y nasal peculiar de los aiglemonteses, es la última fortaleza del catolicismo. Hasta la Revolución éramos posesión eclesiástica y moriremos fieles a nuestros destinos. Nada de ideas nuevas...