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Las aguas, ondeando suavemente, tomaban reflejos de oro. A intervalos sonaba cada vez más lejos el grito desesperado de aquella pobre mujer, desgreñada y loca, que las amigas empujaban a casa. ¡Antoñico! ¡Hijo mío!

El rumor de unirse las tranquilas aguas de los mares bíblicos con las revueltas que recuerdan grandes epopeyas, llegó poco á poco al extremo Oriente; y el Japón dando el ejemplo avanzó en tres lustros lo que no había hecho en muchos siglos; y el rutinario chino abrió sus infranqueables murallas, rompiendo muchos de los antiguos moldes de sus costumbres, al par que perfeccionaba y daba novedad á las líneas en que modela sus bronces y cerámicas.

Había que elevar la voz, pues el choque de las aguas dominaba todos los otros ruidos. Era a modo de los trémolos orquestales que dan en el teatro un realce conmovedor a palabras y gestos. Isidro se sintió más grande en este ambiente húmedo y sonoro. El bosque inmóvil parecía contemplarlo con sus mil ojos verdes, entre asombrado y curioso.

Pueden citarse entre aquellos por la bondad de las aguas que encauzan en un lecho de menuda arena, los nombrados Asang, Margüe, Mazo, Agat, Finili, Talasfac, Bili, Paparguan, Dandan y otros muchos, sobresaliendo entre todos, tanto por la cantidad de agua como por sus permanentes corrientes, los nombrados Tarafofo, Ilic y Pago, los cuales y principalmente el primero merece el nombre de río, pues los demás, atendiendo á su nacimiento y al caudal de sus corrientes, más que ríos son verdaderas vertientes de las cordilleras que accidentan la isla.

La maniobra se hacía cada vez más difícil por el poco espacio de que se podía disponer, y sobre todo, por la fuerza de las corrientes que ora nos llevaban á las playas de Batangas, ora á las peligrosas costas de Mindoro, entre cuyas dos provincias se destacan los perfiles de la isla verde, atalaya que domina la entrada del estrecho que va á morir en San Bernardino, peñón que azotan las aguas del Pacífico.

Una dolencia del estómago agriaba aún más su carácter y le hacía emprender frecuentes viajes a Europa, siempre en busca de nuevas aguas curativas.

¡Tiempo de aguas!....¡Tiempo de tormentas!.... ¡Tiempo maldito!....¡Miseria para los pobres!....¡Lutos y hambres!....¡Cúbrese el sol!....¡Sentarvos en la tierra a descansar, mis hijos!...¡Aún hemos de ir mucho por este arenal!...¡Vos dolerán los pies si no descansáis!... ¡Repartirvos ese pan!....¡Tiempo de tormentas!....¡Tiempo de dolor!...

Las aguas, negras y siniestras, espuman bajo ellos con el hervor de las calderas del Infierno. Ya sólo falta colocar una piedra, y las brujas se apresuran, porque se acerca el día. Inmóvil, en la orilla opuesta, el entierro espera el puente para pasar. Canta otro gallo. ¡Canta el gallo negro, pico quedo!

Encajonado el brazo del río entre la ciudad vieja y la nueva, las aguas altas y veloces arrastraban el bote como una rama. El barbero sólo había de mover los remos para desviar la barca de la orilla.

En el eje del globo, en medio de las cálidas aguas de la Línea y en su fondo volcánico, el mar superabunda de vida hasta el punto de no poder, á lo que parece, equilibrar sus creaciones; y sobrepujando á la vida vegetal, de buenas á primeras, sus alumbramientos producen la vida animada.