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»Oigo dar las once. ¡Buenas noches, Antoñita! La dejo a usted para ir en busca de Magdalena, que ya me estará aguardando.» A las 2 de la madrugada. «Tan pronto como llegue a sus manos esta carta póngase en camino y venga, porque nos hace mucha falta su presencia. »¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Magdalena se muere sin remedio! ¡Oh! ¡Qué miserable soy! ¡Venga, venga usted a escape! »Amaury

Hacían cola las señoras aguardando su turno, empavesadas y solemnes, con mucha mantilla de blonda, mucho devocionario de canto dorado, mucho rosario de oro y nácar, las madres vestidas de seda negra, las niñas casaderas, de colorines vistosos.

Nada de eso, contestó la doncella; quien trae las nuevas es una de las lavanderillas que lavan los lacrimosos pañuelos de V. A. Pues hazla entrar al momento. Entró la lavanderilla, que estaba ya detrás de una puerta aguardando este permiso, y empezó a referir con gran puntualidad y despejo cuanto le había pasado.

Le parecía intolerable permanecer allí mientras ella estaba sola, aislada en un cuarto de hotel, aguardando con igual impaciencia el momento de la reunión. ¡Qué amanecer el de la partida! Rafael se avergonzaba viéndose descalzo; caminando de puntillas, como un ratero, por la sala donde su madre recibía a los hortelanos y ajustaba las cuentas del cultivo.

Tales eran mis cavilaciones mientras permanecía allí sentado aguardando. La última suposición era, para , decididamente, la más factible. Existía una razón poderosa para que se deseara mi muerte. Blair me había legado el gran secreto y yo acababa de conseguir descifrar el enigma que encerraban las cartas.

En estas pláticas vimos los muros de Segovia, y a se me alegraron los ojos, a pesar de la memoria, que con los sucesos de Cabra me contradecía el contento. Llegué al pueblo, y a la entrada vi a mi padre en el camino, aguardando ir en bolsas, hechos cuartos, a Josafad. Enternecíme, y entré algo desconocido de como salí, con punta de barba, bien vestido.

Cazaba, galopaba por los caminos del distrito, distribuía justicia en el patio de la casa lo mismo que su padre; sus tres pequeños, intimidados por sus largos viajes a Madrid y más familiarizados con los abuelos que con él, colocábanse cabizbajos en torno de sus rodillas, aguardando en silencio el beso paternal; todo cuanto le rodeaba estaba al alcance de su deseo, y, sin embargo, no era feliz.

A las diez estaría llena de gente la calle con la velada, y por lo mismo repararían menos en D. Luis cuando pasase por ella. Penetrar en el zaguán sería obra de un segundo; y ella, que estaría allí aguardando, llevaría a D. Luis hasta el despacho, sin que nadie le viese.

El terreno quebrado y áspero y los intrincados y revueltos desfiladeros estaban tan próximos, que era fácil, previo aviso de que llegaban fuerzas muy superiores, escapar a toda persecución, refugiándose en las entrañas de la serranía. Confiado en esto, Morsamor hacía en el palacio larga parada, aguardando la vuelta de Tiburcio. Era alta noche.

Apenas se pasaba día sin que no le arrojase de junto a con algún insulto que iba a clavársele en el corazón: en no pocas ocasiones le cerró la puerta o le tuvo aguardando horas enteras para dejarle entrar. Coincidió este desvío con frecuentar el cuarto de la guardilla un nuevo muchacho de los años de Miguel, pero gordo y crecido, y tan rubio y blanco como una inglesa.