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Pasado el primer deslumbramiento, miré mejor y vi que allá, en el fondo de la pieza, me aguardaba Nanela. Aunque jamás la viera ni oyese hablar de ella, yo la reconocí en seguida. Era Nanela. Era una alta y hermosísima mujer pálida la más alta, más hermosa y más pálida mujer del mundo, toda vestida de blanco, sin joyas, flores ni cintas, llamada Nanela.

Don Fadrique, retirado en su cuarto, aguardaba siempre con ansiedad noticias de la enferma. Esta vez, al mirar al P. Jacinto, el Comendador leyó en su rostro lo que había ocurrido. Ha muerto, dijo el Comendador. Ha muerto, respondió el fraile. El Comendador no replicó palabra. Inmóvil, de pie, callado, sintió un dolor mezclado de remordimiento.

Volvió por segunda vez a entrar a matar; la espada quedó en el mismo sitio, y el toro, al moverse tras la muleta, la despidió de la herida, arrojándola a alguna distancia. Entonces, tomando de manos de Garabato un estoque nuevo, volvió hacia la fiera, que le aguardaba aplomada sobre sus patas, con el cuello chorreando sangre y el hocico baboso casi tocando la arena.

El grande hombre inédito se despabiló al oír que en el despacho le aguardaba su padrastro, el señor José, mostrando gran agitación. ¿Qué le quería el bueno del albañil? Cuando salió, el señor José, casi llorando, le agarró las manos. ¡Qué desgracia, Isidro! ¡Qué vergüenza!... Si no arreglas eso, voy a morir. El joven lo hizo sentar, tranquilizándolo. ¿Qué era ello?

Si volvía á casa más tarde que yo, entraba y se acostaba con tal cautela, que nunca me despertó; si se retiraba más temprano, me aguardaba leyendo para que pudiese acostarme sin temor de hacer ruido. Por las mañanas nunca se despertaba hasta que me oía toser ó moverme en la cama.

Hicieron sus preparativos y señalaron la noche en que se había de consumar la fuga. Ya la noche había llegado. La condesa le aguardaba y no había que perder un instante. Detrás de él un criado traía dos magníficos caballos que en pocas horas los podían conducir á la orilla del mar, donde se embarcarían para algún país hermoso y seguro.

Antes de media noche llegó Pepe, y Leocadia, que le estaba esperando, entró con él a la alcoba de sus padres, donde doña Manuela dormía profundamente y don José aguardaba desvelado. Leocadia oyó sin chistar el corto diálogo que sostuvieron padre e hijo. Pepito, ¿no te choca esto? Mucho, pero no atino con la causa. Es que ni una palabra... ¿a tampoco te ha dicho nada? Tampoco.

En la penumbra del cortinón medio recogido de la puerta de escape hacia el interior de la casa, aguardaba una persona, a la cual mandó entrar la marquesa un momento después de sentarse en el precioso sillón de su mesa de escribir.

Mientras los escolares se detenían en la esquina para emprender en la parte más llana de la acera un partido de canicas o de burras, los latinistas del «pomposísimo Cicerón» siguieron de largo, volviéndose para mirarme con cierta curiosidad entre burlona e impertinente. Al fin de la calle, delante de una tienda, una carreta, tirada por una yunta, aguardaba la salida de los gañanes.

Entre las cosas particulares de esta fiesta se refiere, que á su regreso en la calle de Predicadores, la Aljama de los judíos le aguardaba con un riquísimo tabernáculo, en el cual habia tres graciosas torres, diversos sacerdotes y músicas, y que por hacerles merced el Rey, se detuvo un rato.