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5 Entonces Sarai dijo a Abram: Mi afrenta [es] sobre ti; yo puse mi sierva en tu seno, y viéndose embarazada, me mira con desprecio; juzgue el SE

Al provisor metió en un aposento El General, con grillos remachados, El comer al Obispo y el sustento Le quita; que no son hombres osados A darle un jarro de agua, que al momento El servicio y los indios son quitados: Y por mayor baldon y mas afrenta, Al Obispo le priva de su renta.

Yo Le respondí que tuviera Á dicha poder servirle: Breve y bastante respuesta. 200 Dijo que el Duque sabía Su calidad y nobleza; Que le enseñase la carta, Ó que era mía la afrenta De la disculpa engañosa. 205 Yo, por quitar la sospecha, Saqué la carta del pecho, Y turbado leyó en ella Estas razones, María. Quien tal mostró, que tal tenga. 210

La afrenta que te han hecho era difícil, era casi imposible de tolerar. Está visto, Dios no te quiere para la vida contemplativa. Imposible es además que permanezcas ya ni una hora en esta santa casa, donde has promovido un escándalo feroz, aunque disculpable. Por otra parte, el mozo con quien luchabas es poderosísimo por su nacimiento y riqueza y no puedes seguir viviendo donde él está.

Pronto aparece Mendo, que cuenta á su hija Clara su afrenta, en un discurso apasionado, reprochándole que aún no se haya desposado, y no tenga hijos que lo venguen. Clara le revela un secreto hasta entonces oculto: años anteriores había llamado la atención del rey Bermudo, y recibido de él promesa de casamiento, que no llegó á realizarse.

Roussel lo veía claramente y se conmovió. Su conciencia se había sublevado al oir á Clementina y le advirtió de que la mitad de las acusaciones que ésta le dirigía, eran ciertamente merecidas. Le había faltado paciencia: había desconocido la voluntad suprema del tío Guichard é infligido una cruel afrenta á la mujer que le estaba destinada.

Usando, pues, desta industria, en menos de un mes trujo más provecho a la compañía que trujeron cuatro de los más estirados ladrones della; de que no poco se holgaba Preciosa, viendo a su tierno amante tan lindo y tan despejado ladrón; pero, con todo esto, estaba temerosa de alguna desgracia; que no quisiera ella verle en afrenta por todo el tesoro de Venecia, obligada a tenerle aquella buena voluntad los muchos servicios y regalos que su Andrés le hacía.

Y, aunque poco ha dije que yo podía estar agraviado, agora digo que no, en ninguna manera, porque quien no puede recebir afrenta, menos la puede dar; por las cuales razones yo no debo sentir, ni siento, las que aquel buen hombre me ha dicho; sólo quisiera que esperara algún poco, para darle a entender en el error en que está en pensar y decir que no ha habido, ni los hay, caballeros andantes en el mundo; que si lo tal oyera Amadís, o uno de los infinitos de su linaje, yo que no le fuera bien a su merced.

Negaría su consentimiento, y el pedírselo no conduciría más que a exponer a la pobre institutriz a alguna afrenta humillante. Lo mejor era callarse, resignarse, obedecer; y aquella hija de soldado fuertemente impregnada de disciplina sería la primera en aconsejárselo. En el fondo, su resolución estaba ya tomada.

La Reina convoca á los grandes más influyentes á su palacio, y cuando vienen, se presenta vestida de duelo, trayendo en sus brazos al joven infante D. Enrique, les descubre su afrenta y los peligros que amenazan al trono y á la fe; y por último, los excita á dar muerte á Raquel. Esta nueva produce gran conmoción en los grandes, que juran cumplir los deseos de la Reina.