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El afan de aquella muchacha no dejó de causarnos cierta impresion, y apenas nos sentamos en el carruaje, dije yo al brigadier: A un loro; Julia Amengual Da de besos un tesoro. Y á esto dice Don Pascual Qué á falta de otro animal Pasa el rato con su loro.

Este afán de separarse de la corriente, de romper toda regla, de desafiar murmuraciones y vencer imposibles y provocar escándalos, no era en ella alarde frío, pedantesca vanidad de mujer extraviada por lecturas disparatadas; era espontánea perversión del espíritu, prurito de enferma. Mucho perdió el primo Sebastián con aquella restauración de la iconoteca familiar.

Por último, tampoco han cesado en el teatro los bailes nacionales para solazar á los espectadores, sobre todo en los entreactos, en los sainetes ó al final de las representaciones. Sin embargo, su natural sencillez, su gracia espontánea é ingénita, han cedido el puesto á las conveniencias teatrales y al afán de hacer efecto.

De Goethe se dice que antes de cumplir los ocho años escribía en alemán, en francés, en italiano, en latín y en griego, y pensaba tanto en las cosas de la religión que imaginó un gran «Dios de la naturaleza», y le encendía hogares en señal de adoración. Con el mismo afán estudiaba la música y el dibujo, y toda especie de ciencias.

Renovó su mobiliario, abandonó las modistas anónimas, y en su afán de no andar a pie, si no tuvo berlina y tronco como en sus buenos tiempos, compró una galera elegante y ligerita y tomó como cochero a Nelet, el hijo de la nodriza de Amparo, un bárbaro de la, huerta, a quien puso por condición no tutear a la señorita menor y olvidarse de que era su hermano de leche.

Su estilo es el propio de Velázquez en aquella época; quizás algo duro por afán de trabajar mucho y dominar en poco tiempo los rasgos de un modelo del cual apenas podría disponer, pues se sabe que fue muy corta la permanencia en Nápoles de la futura reina y emperatriz. En todo caso, si este retrato que esta en Madrid no fuese de Velázquez, ¿a quién se pudiera atribuir?

Eso mismo lo hará abominar de todo el pasado hispano-colonial, sintiendo por él un santo horror, a igual de otros grandes pensadores nuestros: Sarmiento y Alberdi; pasado que ha moldeado ese tipo de individuos y de sociedades, resignados hasta el fatalismo, supersticiosos, fanáticos y perezosos, como una consecuencia del pésimo régimen político, del feudalismo de la tierra unido al detestable régimen económico y, sobre todo, como un producto de la morfina absorbida por siglos de cristianismo que en su afán de cultivar el alma para la otra vida ha descuidado ésta "flaca vida terrenal", formando así sociedades reacias a la higiene, a la cultura y al trabajo, poco aptas para la civilización y el progreso técnico.

Esos pensamientos mústios Dados de muerte en el lecho, Yo los conservo en mi pecho Como sacro talisman, Porque se hallan impregnados Del espíritu invisible Del alma pura y sensible, Que calma mi triste afan.

Y en verdad que es muy justificable el afán con que le tragan los unos, y la especie de orgullo con que se le brindan los otros.

Ahora todo el mundo no piensa en otra cosa que en el modo de quitar legalmente la bolsa al vecino. La ambición los devora; a los cuarenta años son más viejos que yo; viven pendientes de un hilo con el afán de acaparar dinero; y todo para derrocharlo, para satisfacer esa locura de engrandecimiento que a todos domina. Esto está perdido.