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En esta ocasión, como en otras muchas de este libro, advierto á mis lectores escribo muy en serio, llevando por norma la pura verdad. Hago esta salvedad, por juzgarla muy oportuna antes de decir lo que conservo en mi memoria y en las notas de mi cartera. Lucban tiene 12.247 habitantes, que son otros tantos artistas. El oro, la plata, el acero y el hierro los manejan á la perfección.

En mi carta de las ocho y quince le decía cosas muy serias; en la de las nueve y veinticinco le decía que no se descuide en dar a Lolín la cucharadita de jarabe cada dos horas, y en ésta que ahora llevas le advierto que mi tía está en misa, que aún tardará en venir. Tienen que hablar... naturalmente... PATROS. Ya... Hasta las once no volverá de misa la señora...

Nunca me he sentido tan bien como en este momento... y es porque advierto en mi alma el consuelo de haber hecho algo por restablecer a Jesús en su santo reino... Lo único que me hace padecer es verte disgustado... ¡Ay, papá, cuánto daría porque tu fe fuese tan viva y ardiente como la mía, para que despreciases todos los dolores de la tierra y marchases tranquilo y contento como yo marcho adonde Dios quiera llevarme!

Mas le advierto que su delicadeza es superflua, porque ella misma ha confesado. ¿Qué? exclamó el Príncipe, con acento de profundo estupor. Que usted es su amante. ¿Ella ha dicho eso? dijo con otra exclamación el acusado, expresando con la voz y con la mirada la imposibilidad de creer en semejante revelación. Ferpierre guardó un momento silencio, ocupado en observarle.

Había perdido para él su prestigio de mozo afortunado; ya no le inspiraba envidia: era un bobo, sin «viveza» para salir del paso; se «caía» manteniendo a aquella golfa por el insignificante motivo de haberla puesto en estado interesante. Toma tres pesetas: no puedo darte más; y te advierto que son las últimas. Tengo muchos gastos, y los tiempos están malos. Aún no he vendido el órgano.

Y usted es una de esas excepciones; y para que nunca caiga en el pecado de ponérsela, se lo advierto. ¿Y qué habría en ello de malo? Que con la mantilla dejaría usted de ser un tipo lindísimo y de pura raza santanderina, para confundirse con la vulgaridad de las señoritas más ó menos cursis. Yo tengo amigas que llevan el velo muy bien.

Le miró el príncipe, asombrado de su laconismo. ¿Esto era todo lo que se le ocurría decir? Ahora hubiese preferido sus burlas. ¿Qué tiene de particular que haya venido? dijo al fin con brusquedad . Es natural; ¡pobre mujer! Te advierto que has empezado por conquistar á una enemiga.

»No quiero citar más ejemplos de esta clase, por lo mismo que abundan en mi memoria y también en la de usted; y le advierto que de las mencionadas tres lanchas pescadoras que había en este puerto cuando la zambullida y subsiguiente zurribanda al catalán, no queda ya más que una.

Y eso que iban ya a pedirr la bendición a Su Santidad y todo, todo... Te advierto esto prosiguió el tío Frasquito, empinando el dedo porrque si piensas consultarrle alguna... vocación o confesarrte... ¿Confesarme yo? exclamó muy ofendido Jacobo . ¿De dónde sacas eso? Como decías que deseabas hablarle... ¿No es el padre Cifuentes el confesor y el director íntimo de mi mujer?...

Le advierto que estos resucitados son luego muy embarazosos... ¡No importa...! Volvieron a ser hombres, y, por consiguiente, hay ya medios para hacerles entrar en razón. Hija mía: yo soy en esta Casa la última entre las últimas; pero tengo lo que falta a todas estas damas: sentido común... ¡Le enseñarán el espica del brazo y el galeno de la cabeza...! SITA. ¡Los conozco...! Son vendajes.