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Aquello era un conjunto de definiciones de pecados horribles, por ella nunca imaginados, descripciones de vicios asquerosos a su castidad desconocidos, alusiones a hechos absurdos, y advertencias estúpidas para precaver los delirios de la más corrompida torpeza.

La Voluntad censura las inoportunas advertencias de la Memoria, y aconseja seguir la senda más bella y desahogada. El Alma vacila, no sabiendo qué rumbo emprender. Preséntase entonces el Demonio, como señor de la barca; el Amor propio, el Apetito y otros vicios, en traje de marineros, y cantan así: Hoy la nave del contento Con viento en popa da gusto Donde jamás hay disgusto.

Ese optimismo exagerado que nos ciega, impidiéndonos ver las cosas bajo su verdadero aspecto, ha sido y es la causa principal de casi todos nuestros males; y del mismo modo que los españoles perdieron su imperio colonial, sus soldados, sus buques, sus millones y cuanto tenían que perder, por haberse obstinado en no prestar atención á las reiteradas advertencias que se les hacían, nosotros, sus hijos, no hacemos más que salir de una situación difícil, para caer en otra.

Inusitadas desconfianzas en su servidumbre, recelos injustificables hasta de la habilidad de su envidiado cocinero, le traían sin punto de reposo de un lado para otro y de acá para allá; mortificaba a su familia con consultas impertinentes y con advertencias pueriles, y aturdía a su ayuda de cámara pidiéndole prendas de vestir que tenía a la vista o entre las manos.

Con ligereza se escapó Juanita sin que don Andrés la tocara, y se puso en la calle de un brinco. Don Andrés la siguió. Déjeme en paz vuecencia dijo ella ; no sea pesado, no sea imprudente. Mire que puede salirle mal este juego. ¡Hola, hola! ¿Te me vienes con amenazas? No son amenazas, son advertencias amistosas, señor don Andrés.

Ante este reproche, con ira, con desesperacion, como quien se suicida, Julî cerró los ojos para no ver el abismo en que se iba á lanzar y entró resuelta en el convento. Un suspiro que más parecía estertor se escapó de sus labios. Hermana Balî la siguió haciéndole advertencias... A la noche se comentaban en voz baja y con mucho misterio varios acontecimientos que tuvieron lugar aquella tarde.

Era este un venerable siervo de Dios, diserto y suave en sus coloquios, notable teólogo dogmático y severo moralista, cuyos consejos y advertencias valieron mucho a Rafaela, aunque a menudo, y muy a pesar suyo, no los seguía: culpa acaso del irresistible ímpetu de su apasionado carácter.

Mi madre me recomendaba que anduviera por donde quisiera, menos por el muelle, lo cual significaba lo mismo que decirme que fuera a todos lados y a ninguno. A pesar de sus advertencias, al salir de la escuela echaba a correr hasta las escaleras del muelle.

De nuestra tía Encarnación, hazte cuenta de que no existe, porque no la volverás a ver. Eres ya otra persona». Oyó atentamente el muchacho estas advertencias, y se prometió a mismo hacer todo lo posible para entrar con pie derecho en aquella senda de caballería y decencia que su querida hermana le marcara.

Y á pesar de su inveterada fanfarronería, cada día le iba importando menos que los amigos se enterasen de su humillación. Alguna vez, observando ya señales vergonzosas de ella, los más autorizados, como el señor Rafael y Pepe de Chiclana, le hicieron prudentes advertencias. «No era ése el camino para ser feliz.