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Sorege tenía la convicción de que Lea estaba en su casa y no quería abrir y veía claramente que entraba en lucha con él y estaba ganada por sus adversarios. Palideció de cólera, pero resistió las ganas que tenía de echar la puerta abajo de un puntapié y entrar por fuerza. El gentleman de los guiñapos y del sombrero de copa, que había dejado de lavar, le hizo ser razonable.

Los adversarios de Martínez propalaban en la capital que éste tenía más empeño en eternizar la guerra que los mismos insurrectos. La paz significaba para él, como para los otros jefes de operaciones, la supresión de los regimientos fantasmas y de los piensos de la caballada no menos irreales.

Más de una vez he comprobado con asombro y tristeza los extremos a que los ha conducido la lógica implacable de sus adversarios y que ellos han aceptado con lealtad y entereza.

16 Y a esta hija de Abraham, que he aquí Satanás la había ligado dieciocho años, ¿no conviene desatarla de esta ligadura en día de sábado? 17 Y diciendo estas cosas, se avergonzaban todos sus adversarios; mas todo el pueblo se gozaba de todas las cosas gloriosas que eran por él hechas. 18 Y dijo: ¿A qué es semejante el Reino de Dios, y a qué le compararé?

Tenía serios adversarios. La mayor parte de los generales eran hombres que no vacilaban ante ningún obstáculo. De «rancheros» ó bohemios de la ciudad, se habían convertido en generales heroicos. ¿Por qué no podían ser igualmente escritores?... Como Julio César después de sus campañas, cada uno de ellos quiso escribir sus Comentarios.

Las privaciones del presidio habían encanecido sus cabellos rubios en las sienes y blanqueado su barba rala, pero el gesto sereno de la juventud seguía animando su rostro. Era un «santo laico», según confesaban sus adversarios. Nacido dos siglos antes, hubiese sido un religioso mendicante preocupado por el dolor ajeno y tal vez habría llegado a figurar en los altares.

Pero ¿por qué se muestran ustedes tan adversarios del gobierno femenil?... Según dice el profesor Flimnap, ya no hay guerras ni puede haberlas; las mujeres administran la fortuna pública con economía; no se nota la miseria ni la mortalidad de otros tiempos; tampoco hay gobernantes ladrones. ¿Qué más pueden desear los hombres?...

21 ¿Cómo te has tornado ramera, oh ciudad fiel? 23 Tus príncipes, prevaricadores y compañeros de ladrones; todos aman las dádivas, y van tras las recompensas; no oyen en juicio al huérfano, ni llega a ellos la causa de la viuda. 24 Por tanto, dice el Señor DIOS de los ejércitos, el Fuerte de Israel: Ea, tomaré satisfacción de mis enemigos, me vengaré de mis adversarios;

En el Saloncillo se esperaba con ansia el telegrama del prohombre, anunciando su salida. El rostro de todos los tertulios expresaba gozo y triunfo, brillaba con la esperanza de que pronto podrían dar algunos golpes contundentes a sus adversarios. Estos andaban mohinos y recelosos, disimulando, no obstante, lo mejor que podían su despecho. Afectaban no conceder importancia a la venida del Duque.

Mientras tanto, el médico procedía con cierto azoramiento á sus preparativos. Era la primera vez que presenciaba un duelo. Había abierto su caja de cirugía, y con una rodilla en tierra empezó á desenvolver vendajes, abrir frascos y examinar el buen funcionamiento de sus aparatos. Quedaron frente á frente los adversarios.