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Luego se apretó mucho el corsé, como si no le oprimiese aún bastante aquel armazón de altas palas, un verdadero corsé de labradora, que aplastaba con crueldad el naciente pecho, pues en la huerta valenciana es impudor que las solteras no oculten los seductores adornos de la Naturaleza para que nadie pueda pecaminosamente suponer en la virgen la futura maternidad.

Sobre la marquesina hay un recuadro con un escudo, y en los tímpanos de los arcos ciegos que hemos mencionado, adornos de arquitos angrelados entrelazados al gusto sarraceno.

Al mismo tiempo que el sacristán, con su manojo de llaves y su sotana manchada de cera, salió a cerrar la puerta del templo, salieron también dos señoras: una, modestamente vestida de negro, canoso el pelo, rugoso el rostro, con aspecto de dueña modernizada, mitones de encaje y zapatos de rusel; la segunda, elegantísimamente puesta y en extremo sencilla, sin adornos ni joyas. Eran Paz y su aya.

Si son asuntos vulgares, que es el instituto de la obra, la materia es de poca consideracion, y solo los adornos la hacen recomendable.

La parte superior de cada muro, desde su altura média hasta los techos artesonados, de yeso estucado ó de madera, reproduce en lo general, con increible profusion, los mismos adornos floridos ó arabescos que hacen el encanto de la Alhambra, repitiéndose siempre las formas de aquellas exquisitas filigranas de yeso, pero sin perder por eso su gracia de contornos, su finura de líneas sorprendente donde quiera, y su viveza de colorido en combinaciones resplandecientes.

Se veían allí bagatelas, adornos, dijes, bellos presentes que indicaban un recuerdo constante y que debieron de ser hechos por delicados dedos, á impulsos de un tierno corazón.

Un Ecce-Homo, al óleo, á quien cuadraba el refrán de á mal Cristo mucha sangre, era la única pintura que adornaba los muros de la celda. No faltaban, en cambio, otros más naturales adornos.

Y el capitán abandonaba su despacho que, por lo desarreglado y pobre, parecía un cuarto de marinería, sin más adornos que una mesa vieja, algunas sillas, un botijo en un rincón y algunas fotografías de buques en las paredes. Parecía imposible que allí se hablase de negocios que importaban millones.

El marsellés de paño pardo fino con adornos rojos y azules daba singular elegancia a su cuerpo, así como el ladeado sombrero portugués, con moña de felpa negra y cordón de oro.

Cada vez que veo esto entre los Christianos, me lastimo de la falta de Lógica de muchos oyentes, porque si estos supieran despreciar como merecen tales adornos, tal vez no los usarian los Predicadores.