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Toda mi vida tendré presente aquel horrorosa dia que vi dar muerte á mi padre y á mi madre, y violar á mi hermana. Quando se retiráron los Bulgaros, nadie pudo dar lengua de esta adorable hermana, y echáron en una carreta á mi madre, á mi padre, y á , á dos criadas, y tres muchachos degollados, para enterrarnos en una iglesia de jesuitas, que dista dos leguas de la quinta de mi padre.

Llamó con mano temblorosa, y casi al mismo tiempo abrió la puerta, no una criada, ni la esperada niñera, sino la propia Cristeta, cuya esbelta figura destacó sobre la pared blanca de un pasillo. Estaba vestida y peinada con adorable sencillez; el traje, de lana oscura sin adornos; el pelo, modestamente recogido hacia las sienes.

Después de todo, en ella no había envejecido nada, nada más que aquel rostro que se empeñaba en ajarse y aquella cabeza que producía con horrible feracidad cabellos blancos. La carne de su cuerpo, su pecho, sus brazos, sus espaldas, conservaban la misma tersura de alabastro, el mismo brillo adorable, sello de una raza fina y hermosa.

Es bonita, no es tonta, tiene tan buenas cualidades como quieras. Adorándome a pesar de todo ¡y Dios sabe si me hago adorable yo! sería constante a toda prueba, me rendiría verdadero culto, sería la mejor de las esposas. Estando satisfecha sería todo dulzura; sintiéndose feliz se tornaría encantadora.

Los diversos colores se igualan y hasta se confunden bajo el poder adorable de aquella luz risueña. Es una especie de apoteosis instantánea que atrae y halaga la vista.

Raimundo se apartaba de ellos, no sólo por su posición modesta y retirada, no sólo por su ilustración y talento, sino también, particularmente, por su carácter. ¡Qué alma tan adorable la de aquel chico! ¡Qué inocencia, qué sensibilidad, qué delicadeza y qué fuerza para amar al mismo tiempo!

El sepulturero volvió, y echándose de pecho en el suelo, apoyado en los codos y el frasco bajo las narices, esperó. ¡Su cloro! No es mucho, que digamos. Y aún morfina... ¿Usted conoce el amor por los perfumes? ¿No? ¿Y el Jicky de Guerlain? Oiga, entonces. A los treinta años me casé, y tuve tres hijos. Con fortuna, una mujer adorable y tres criaturas sanas, era perfectamente feliz.

El hombre cristiano vivió para la ciencia, para la moral, para el dogma, para la política, para el arte, para la industria, para el comercio, para el oficio, para todo lo que encontró en el universo; porque ese universo, todo ese cúmulo de poder, de grandeza y de gloria, era la alta ciudadanía que daba Dios al nuevo ciudadano. ¡Mudanza portentosa! ¡Trasformacion inconcebible y adorable! ¡Catástrofe divina!

Alma y vientre eran por completo de un Mandarín. Así es que no dije a la generala: «Bon jour, madame», sino que, doblado por la cintura, haciendo girar los puños cerrados sobre la frente, baja, hice gravemente el «chinchín». ¡Está usted adorable, precioso! decía ella con su linda sonrisa, golpeando las manos diminutas y pálidas.

Unicamente cuando se hubo cerrado la verja, perdiéndose en la obscuridad el adorable bulto de Alicia, se decidió el príncipe á alejarse. Tuvo que marchar á pie hasta la lejana Villa-Sirena, y sin embargo le pareció breve el camino. Le acompañaban recuerdos y promesas. Nunca había andado tan ligeramente.