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Ahora bien; ¿qué imposibilidad habría en que el Conde se enamorase resueltamente de Inesita y se casase con ella? Más desiguales casamientos se han visto y se ven todos los días. Con un poco de fortuna y con la rara discreción de que doña Beatriz se juzgaba dotada, bien podría casar a Inesita con el Conde. Inesita era, como ya se ha dicho, una criatura adorable.

Me llamaba, para decirme que quería hablar conmigo antes de mi marcha, y para ello me pedía con adorable inocencia una cita que otra cualquiera, habría rehusado concederme de seguro si yo hubiera osado pedírsela.

Era una la adorable, enferma de ilusión, a quien bajo un ramaje de dicha, inolvidable, una tarde yo diera todo mi corazón. Era otra la afligida musa de mi querer, que en las horas sombrías e inciertas de la vida consolaba mi espíritu con su alma de mujer. La tercera era aquella que me enseñó a sufrir, aquella madre mía, pura como una estrella, conturbada pensando siempre en mi porvenir.

Sin este dato, sin esta observacion, sin hallar en las fastos humanos ese fin adorable, esa providencia que triunfa, sin que nadie vea los laureles del triunfo; sin que las cosas se miren así por la razon y por la fe, unidas y hermanadas, no es posible encontrar la filosofía de la historia.

«¿En dónde te has metido? se preguntaba con remordimiento . ¿Cómo terminará todo esto?...» Pero al sonar los pasos de ella en la habitación inmediata, al percibir la onda atmosférica producida por el desplazamiento de su adorable cuerpo, se replegaba en su interior esta segunda persona y un telón opaco caía en su memoria, dejando visible únicamente la realidad actual.

Recuerdo haber hecho, bajo una lluvia torrencial, un gran número de estaciones un Viernes Santo, en adorable compañía; el paraguas era una farsa, el viento nos azotaba la cara... pero ¡con qué delicia hundía mi pie en los numerosos charcos de la vereda! Jamás adquirí un resfrío con más títulos a mi respeto y consideración.

Toda la noche se pasó en claro el pobre don Juan haciendo planes, ideando recursos y arrostrando mentalmente las consecuencias de cuanto se le ocurría, que era gravísimo, porque en sus pensamientos, cálculos y temores, ya no figuraba él solo frente a la irresoluta Cristeta, sino que entre ambos se alzaba, misterioso y tremendo, un nuevo personaje: el señor Martínez, propietario legítimo de aquel cuerpo adorable, dueño legal de la mujer amada.

Corrió por sus venas una sensación de frío cual si se sintiera próxima a la muerte; pero al instante fue substituida por otra de calor intenso que la hizo sudar por todos los poros del cuerpo. Comprendía vagamente que se estaba efectuando un adorable misterio a su vista, y un santo temor la sobrecogió.

Debajo de sus líneas correctas y firmes se adivinaba un espíritu altivo, sin ternura. Aquellos ojos azules no eran los serenos y límpidos que sirven de complemento adorable a ciertas fisonomías virginales que pueden admirarse alguna vez en nuestro país y más a menudo en el norte de Europa. Estaban hechos, sin duda, para expresar un tropel de vivas y violentas pasiones.

En sus ojos límpidos, húmedos, brillaba siempre la sonrisa dulce y resignada de los seres que han nacido para víctimas. Había en tal adorable criatura algo de cordero y mucho también de paloma, como si estos dos animales hubiesen cedido de buen grado el uno su resignación, el otro su inocencia, para formarle. Godofredo Llot no era un muchacho de estos tiempos, como decía muy bien D.ª Rafaela.