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Sentimientos tales, si bien se recapacita, no son extraños al alma de los más vulgares sujetos. Todos o casi todos los hombres tienen sed, tienen necesidad de venerar y de adorar algo. El espiritual, el sabio, el discreto, comprende con facilidad y adora a una entidad metafísica; a Dios, a la virtud o a la ciencia.

Doña Elvira, que os dió celos, A Ordoño adora ó su estado: Ni la quise en vuestra ofensa Ni deseo, pues os amo. Del contexto de estas palabras, Isabel se cree naturalmente la única favorecida. Pero la Reina tiene la clave para descifrarla, que consiste en leer sólo la primera mitad de los versos y juntarlos.

Mira, señor mío, que puede ser recompensa a la hermosura y nobleza por quien me dejas la incomparable voluntad que te tengo. no puedes ser de la hermosa Luscinda, porque eres mío, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio; y más fácil te será, si en ello miras, reducir tu voluntad a querer a quien te adora, que no encaminar la que te aborrece a que bien te quiera.

Dios las tendrá escritas... ¡Madre! ¡Quiero estampar aquí tu nombre, una, y otra, y cien veces, madre mia! Cuando niño, encantada en tu cariño, me enseñaste á pronunciarle; hoy, hombre, el hombre adora lo que hablaba el niño.

JIMENA. ¿Mas por qué por el de Luna tanto empeño manifiesta? LEONOR. Esa soberbia ambición que le ciega y le devora es ¡triste! mi perdición. ¡Y quiere que al que me adora arroje del corazón! Yo al Conde no puedo amar, le detesto con el alma; él vino ¡ay Dios! a turbar de mi corazón la calma y mi dicha a emponzoñar. ¿Por qué perseguirme así? Desde anoche le aborrezco más y más.

Uno de los amigotes que le acompañaban en sus francachelas nocturnas me reveló el secreto. Lo que sufre el general son unos celos que le tienen loco, lo mismo que un dolor de muelas. Ahora, Olga del Monte adora al ingeniero. Esta Olga del Monte era la Aspasia de la revolución mejicana.

«Flor inodora, «Que alhaga dulcemente los sentidos «Y que insensible el corazon no adora.» Y lo estrelló en la roca solitaria Que es á la vez su túmulo y altar. La isla de Santa Elena. Estos versos fueron escritos en 1837, cuando aun no se habian trasladado á Francia las cenizas de Napoleon.

Braulio es suspicaz y caviloso; Braulio te adora; Braulio tiene de mismo, allá en el fondo del alma, la noble estimación que debe tener; pero de sus prendas exteriores no tiene buena idea. Su modestia en este punto traspasa los límites de la humildad y raya en desconfianza.

Sin embargo, el intrépido Piddington no la adora: muy al contrario, habla de ella sin contemplaciones, apellidándola corsario demasiado robusto, pícaro pirata que abusa de sus fuerzas y que nadie debe encapricharse en combatir, sino que ha de huirse de su presencia, sin sentirse deshonrado por esto. Enemigo tan pérfido os tiende á veces un lazo.

La madre te adora y la madre es la protectora de esa criatura. ¡Oh! Fernanda me conoce desde muchacho: tenía veinticuatro años cuando yo tenía diez o doce, pero la hija... La hija es igual a la madre; ambas son mujeres de coraje y de avería, lindas como unas tórtolas y peligrosas como dos lobas.