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En este caso, no puedo dárselo, porque no lo tengo... Pero no sea usted lila, D. Frasquito, ni se haga de mieles, que esa lagartona de la Bernarda se lo comerá vivo, si no le acusa las cuarenta.

Preséntase á esta sazón el príncipe Dagoberto; acusa á la princesa de tener relaciones ilícitas con un caballero de la corte, y pretende sostener con las armas la verdad de su dicho. Suspéndense, por tanto, las nupcias; llevan á la cárcel á Rocamira y la condenan á muerte, á no aparecer un caballero que defienda su inocencia, y la pruebe venciendo al acusador en la lucha.

Le aseguro por mi honor, que me ultraja. Tenga á bien reflexionarlo. Sus suposiciones no reposan sobre ninguna verosimilitud. Yo no he podido preparar de ninguna manera la perfidia de que me acusa, y sobre todo, aunque lo hubiera podido, ¿cuándo le he dado el derecho de creerme capaz de ello? Todo cuanto de usted me da ese derecho exclamó cortando el aire con su látigo.

Cada piso y cada puerta dejaba escapar por sus junturas y resquicios el rumor bullicioso que acusa la alegría; sólo en el cuarto segundo había silencio. Ante su entrada enmudecía la algazara, como si en el interior, triste o desierto, faltase quien festejara la santidad del día y el bienestar de una familia. También allí, sin embargo, se preparaba la cena, pero con más modestia y menos regocijo.

Abríase ante ellos la Ribera de Curtidores, con su declive tan rudo, que las últimas casas tienen sus tejados al nivel del arranque de la calle. Por encima de las cubiertas de las Américas veía Feli la ondulación de los cerros amarillentos, la llanura castellana, de suaves hinchazones, con su sequedad que acusa los objetos a luengas distancias.

Si mañana un hombre me dice que yo, funcionario público o general del ejército, he substraído los fondos de la caja o vendido al enemigo el estado de las fuerzas nacionales; si en una hoja suelta o en un diario se me acusa de haber asesinado a mi hermano o de negar alimentos a mis hijos, la ley no me da acción ninguna contra el que así me infama. No hay ley de imprenta.

Unicamente el rostro acusa cierto cansancio, por haber estado expuesto durante un cuarto de siglo a la admiración de los hombres y al menosprecio de las mujeres. Los ojos, azules, muy tiernos, tienen lo que llaman los poetas «pata de gallo». Sus cabellos, que eran naturalmente rubios, siguen siendo rubios, aunque menos naturalmente.

¿Quiere usted decir, entonces, que yo debo dudar? ¿Y por qué?... Usted ha denunciado un crimen: el crimen está probado. Usted no ha sabido decir cuál de los dos posibles autores del delito fuese realmente culpable, toda vez que ambos eran capaces de delinquir: ¡la culpable se acusa a misma!... ¿Querría usted decir quizás que la sola confesión no basta? ¡Yo lo !

Parece á primera vista insensato señalar límites materiales á una obra poética y aprisionar los vuelos del artista, pero es más insensato escribir obras descomunales y acusa generalmente presunción en los autores y, lo que es más grave para ellos, debilidad.

Cuando en Chile se anuncia por la primera vez un argentino en una casa, lo invitan al piano en el acto, o le pasan una vihuela, y si se excusa diciendo que no sabe pulsarla, o extrañan y no le creen, «porque siendo argentino dicen debe ser músico». Esta es una preocupación popular que acusa nuestros hábitos nacionales.