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22 Y Saúl envió a decir a Isaí: Yo te ruego que esté David conmigo; porque ha hallado gracia en mis ojos. 3 Y los filisteos estaban sobre un monte a un lado, e Israel estaba sobre otro monte al otro lado, y el valle entre ellos. 6 Y sobre sus piernas traía grebas de hierro, y un escudo de acero a sus hombros.

El malayo se inclinó sobre el herido como un chacal, y le hundió el cuchillo en el pecho, con tal fuerza, que la punta de acero se clavó en la tabla de la cubierta. Inmediatamente Demóstenes, el negro, y otro marinero cogieron el cadáver y lo tiraron al agua.

En el palacio del obispo brillaban como láminas de acero enrojecido los cristales de los miradores, cual si reflejasen un incendio.

Y de esta cofa a las bordas, se tendían en ángulo los cordajes de acero, las escalas para la marinería, todas las lianas férreas que la construcción naval hace crecer en torno de los mástiles para asegurar su estabilidad y facilitar su acceso.

Y el pobre muchacho apretaba con mano crispada su junquillo, que para su imaginación era «toledano acero», y pensaba desordenadamente en Lope de Vega, Quevedo, Cervantes y Lord Byron; en todos los grandes hombres que, según frase de Andresito, habían tenido malas pulgas, y lo mismo escribían que daban una estocada.

Cerca de ella la aguja de acero y cabeza de zafiros, verdadero estilete, estaba caída en la alfombra. Lea la cogió con la mano izquierda y se levantó. Sorege le dió un tremendo empujón hacia la mesa. ¡Vamos! ¡Despachémonos! No tengo tiempo de andar en contemplaciones. No tienes la mano tan estropeada que no puedas escribir... ¡Pronto!

Y la divina corona Que la Patria al guerrero, Sobre sus frentes marchitas Se vió caer desde el cielo. Blanco á la carga conduce A sus valientes de nuevo, Pero al querer batallar Todos se miran envueltos, Y cual las hojas de otoño Por la campaña dispersos. En vano el buen coronel Levanta su voz de trueno, Abandonado y sin gente Solo le ampara su acero.

Casi rió de sorpresa al darse cuenta de que una especie de muchacho pequeño y delgado, con amplios calzones azules, abandonaba la carretilla que iba empujando, llena de virutas de acero, para saludarla desde lejos. Era la mujer de Alberto. Cuando sonó la campana de mediodía y las trabajadoras salieron para almorzar, la vieja pudo verla de cerca.

La primera máquina se parece a una prensa de enjugar la ropa, donde la ropa sale exprimida entre dos cilindros de goma: allí los cilindros no son de goma, sino de acero; y la barra de metal sale hecha una lámina, del grueso de un cartón: es un cartón de metal.

Y yo dije entre : "Y yo con mis dientes, aunque no son de acero, un pan de cuatro libras." Tornóla a meter y ciñósela, y un sartal de cuentas gruesas del talabarte.