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La sensación fría del acero de la escopeta en la palma de sus manos le volvió a la realidad. Estaba resuelto a salir de caza por la montaña... ¡Pero qué caza!... Extrajo los dos cartuchos que ocupaban los cañones, cartuchos cargados con perdigón menudo para las bandas de pájaros que cruzan la isla viniendo de África.

Ha bajado la escalera quebradita de color. ¿Has tenido calentura? ¿O has tenido nuevo amor? Que con el aretín, que con el aretón. Ni he tenido calentura ni he tenido nuevo amor. Me se ha perdido la llave de tu rico tocador. Que con el aretín, que con el aretón. Si las tuyas son de acero, de oro las tengo yo. ¿De quién es aquel caballo que en la cuadra relinchó?

Un gesto de dura curiosidad contraía los rostros; las manos sin misericordia, armadas de acero, hundíanse en los secretos de aquella carne fría, limpia, anónima, sin personalidad, que no recordaba su origen humano.

Cedía como esos buenos resortes de acero que se doblan con gran esfuerzo, y que se enderezan con la prontitud del relámpago. Entonces abrió la esclusa de sus lágrimas; agotó el arsenal de su ternura y fue durante tres cuartos de hora la más desgraciada y la más enamorada de las mujeres. Cualquiera, al oírla, hubiera creído que ella era la víctima y Germana el verdugo.

Pues acordaos de lo que les pasó á los franceses en Courtrai, donde los gordinflones holandeses les enseñaron que sabían manejar el acero tan bien como forjarlo. ¿Qué pensáis de los españoles? preguntó Roger. Raza guerrera de veras.

De tarde en tarde sonaban cañonazos. La escolta del convoy tiraba y tiraba, yendo de un lado á otro con ágiles evoluciones. El enemigo había huído, como los lobos ante el aullar de los perros vigilantes. En otras ocasiones era una falsa alarma, y los cañones herían con sus latigazos de acero el agua desierta.

Pero al contacto de Rafael, al ver en sus ojos aquella expresión amorosa que ahora se marcaba con más atrevimiento, reaparecía la mujer de antes y reía con la misma carcajada irónica que penetraba como acero en las carnes del joven. ¿Y qué de extraño tendría eso? preguntó audazmente Rafael, imitando la sonrisa burlona.

Yo vi el acero brillar; vi la sangre correr; después no percibí nada, no sentí nada; había perdido el conocimiento.

Llegamos al fin a los frigoríficos continuó Maltrana . Unas puertas que tienen de grueso casi tanto como de alto, unos dados de acero que giran ligerísimos sobre sus goznes y se abren y cierran lo mismo que las culatas de los cañones... Crac: una vuelta de muñeca y todo queda justo, acoplado, sin la menor rendija.

Su padre le inspiraba desprecio, su madre despego, y sólo seguía adorando a Lilí, único ángel que quedaba ya en la casa. En cuanto a Jacobo, evitaba su presencia en lo posible, y más de una vez sorprendió Currita, con verdadero miedo, en los ojos del niño una mirada de rencor profundo, que relucía entre sus largas pestañas rubias como un acero al salir de la vaina.