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Nada, a no ser un sonrojo hesitante, traicionó la emoción causada por los pensamientos que se agolpaban a su espíritu, cuando aceptó sentarse junto al señor Crackenthorp, porque era instintivamente tan exacta y hábil en todos sus actos y sus lindos labios se cerraban con una firmeza tan tranquila, que le hubiera sido difícil parecer agitada.

Recordaba la escena aquella del padre suplicando a la dama que le quite de la cabeza al chico la tontería de amor que le degrada, y sintió cierto orgullo de encontrarse en situación semejante. Más por coquetería de virtud que por abnegación, aceptó aquel bonito papel que se le ofrecía, ¡y vaya si era bonito!

Este distinguido funcionario puso sus condiciones, y aunque excesivas, no asustaron a madama Norton, que sabía se trataba de un hombre de verdadero mérito; mas él, antes de decidirse, pidió permiso para telegrafiar a New-York pidiendo informes, y como la respuesta fuera favorable, aceptó.

Es una visita corta: el pobre, según parece, está desahuciado de todos. ¿Qué te cuesta darlas gusto?... En su mirada y su acento había tal tono de súplica, que Aresti aceptó mudamente, adivinando que con ello aliviaba de un gran peso á su poderoso primo. Aquel hombre envidiado por todos, el «hijo favorito de la fortuna», como él lo llamaba, tenía sus disgustos dentro del hogar.

Aceptó las proposiciones del canónigo. Ella entraría en casa de don Fermín el día que fuese necesario salir del caserón de los Ozores, pero entre tanto prestaría allí sus servicios bien pagada, mejor pagada de lo que podía pensar. El canónigo sabría todo lo que pasaba; si doña Ana recibía visitas, quién entraba cuando no estaba don Víctor o se quedaba después de salir el amo, etc., etcétera.

El P. Fernandez, apesar de sus principios liberales, levantó la cabeza y miró lleno de sorpresa á Isagani. Era aquel joven más independiente aun de lo que él se creía; aunque le llamaba catedrático, en el fondo le trataba de igual á igual, puesto que se permitía insinuaciones. Como buen diplomático, el P. Fernandez no solo aceptó el hecho, sino que él mismo lo planteó.

Pero Elena le repelió para que no pasase más adelante en sus caricias, y con una gravedad de mujer que sabe plantear los negocios, continuó hablando: Si llegase á decir «acepto», sería con la condición de que nos marchásemos hoy mismo. De no ser así, podría arrepentirme... Además, ¿por qué seguir más tiempo en este rincón odioso? Todos son enemigos míos.

Viviremos juntos, y... Cristo con todosClaro está que Valeria, deshecha en lágrimas de gratitud, aceptó aquella nueva demostración de cariño, aunque en el fondo de su alma, y con aprobación de su futuro marido, estuviese resuelta a no aceptar favores que, por excesivos, redundaran en perjuicio de su amiga.

Aceptó el cargo solamente por compromiso, y para evitar los desmanes que, si no fuese por él, hubiera habido seguramente. Hizo perfectamente; ha sido un proceder muy noble. Y después de breve pausa durante la cual empezó á dibujarse en sus labios una sonrisa, siguió: ¡Oh! Ya que el papá de usted es una persona muy ilustrada y un campeón decidido de la libertad.

; él bien puede encargarse; los quehaceres no le matan. Con la solución dada al asunto, ambos se habían puesto de buen humor; la plática fue en adelante más expansiva y afable. D. Bernardo invitó a su sobrino a almorzar, y éste aceptó sin que se lo rogase. Cuando bajaron al comedor, estaba ya reunida la familia.