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Se ha dicho que la soledad es el abogado del diablo, señora, y es exactamente cierto respecto de la juventud. La soledad hace daño a Reina, y algunas distracciones le harán olvidar lo que al fin de cuentas no es más que una niñería. ¡Qué ideas más extravagantes tiene un cura! pensé yo. Tratar de niñería una cosa tan seria y creer que yo pueda olvidar algún día al señor de Couprat.

En el acto que me despedí de ella, me encaminé a Bedford Row, donde tuve otra consulta con Leighton, al cual le expliqué mis serios temores. Como ya le dije, señor Greenwood exclamó el abogado cuando hube terminado, recostándose en su silla y mirándome gravemente a través de sus anteojos, creo que mi cliente no ha fallecido de muerte natural.

Mi entrada en el despacho de Castro Pérez fué para mi tía Pepa el colmo de la dicha, no sólo porque allí ganaría algunos duros su pobre sobrino, sino porque creía, en su candorosa sencillez, que dados el crédito y la buena posición del abogado, éste aseguraría mi porvenir.

También su padrino, el abogado Labarta, poeta laureado, no podía repetir este nombre sin que una contracción fervorosa pasase por su barba entre cana y una luz nueva por sus ojos.

El mismo abogado no estaba seguro de encontrar su sepultura si alguna vez necesitaba buscarla... ¡Y así había sido el final de esta criatura de lujo y de placer!... ¡Así había ido á consumirse aquel cuerpo en un agujero anónimo de la tierra, lo mismo que una bestia abandonada!... «Era buena decía el defensor , y sin embargo fué criminal.

De algunas huertas apenas si lograrían sacarse al año patatas bastantes para un banquete de treinta cubiertos. ¿Quién va a comprar, para cultivarlas, máquinas sembradoras ni tractores automóviles? Esta subdivisión de la propiedad no creo que resuelva, ni muchos menos, el problema de alimentar al campesino; pero, en cambio, mantiene al abogado.

No se le dijera entonces un abogado de estos tiempos, sino uno de aquellos trovadores que sabían tallarse, hartos ya de sus propias canciones, en el mango de su guzla la empuñadura de una espada.

Pero él estaba en posesión de cierto secreto observó el abogado. ¿De qué índole era el secreto? Desgraciadamente, no tengo la menor idea sobre ello. Nadie lo conoce. Todo lo que sabemos es que su posesión lo sacó de la pobreza y lo enriqueció, y que había una persona, por lo menos, que estaba ansiosa por conseguir poseerlo.

Buscando, pues, algo que le llenara la vida, encontró una flauta. Era una flauta de ébano con llaves de plata, que pareció entre los papeles de su suegro. El abogado del ilustre Colegio, a sus solas, era romántico también, aunque algo viejo, y tocaba la flauta con mucho sentimiento, pero jamás en público.

Para cerciorarme de la verdad de lo dicho por el viejo de Burdeos, encargué al abogado de la Compañía, por cuenta de la cual yo navegaba, que se enterase en Londres de si entre las presas hechas hacía unos treinta años aparecía la de la ballenera de El Dragón.