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Me entró un gran abatimiento, y pensé en pedir a cualquier desconocido un puesto en su carruaje, pues no había ninguno por alquilar, cuando se acercó a la tía pescueza, que tanto había desdeñado. ¿Te vienes con nosotras? Matilde y yo traemos una berlina; pero cabemos los tres si te avienes a ir en la bigotera. Vi el cielo abierto. Con tanto júbilo acepté, que la prójima me miró con curiosidad.

La virilidad pareció resumirse entonces en la propia sangre atosigando las vísceras, y el antiguo valor tomó la forma del estoico desdén de todos los males. Era el encantamiento inexplicable de las tiranías. Más de uno repugnado de su propio servilismo, a una simple señal del Monarca, se hubiera abierto impasiblemente las venas, como Séneca o Petronio.

La noche era espléndida y bastante templada; llevaba abierto el gabán y caminaba lentamente gozando con voluptuosidad de la temperatura, del cigarro y de la seguridad de ver pronto a mi familia. Al pasar por delante de la casa de la niña me detuve y la contemplé un instante casi con indiferencia.

¡Ahora ... veamos, Bobart; ¿qué es eso que dices ahí?... ¿Herminia? Se ha marchado con Mauricio, hace un cuarto de hora. ¡Corramos! Los alcanzaremos.... Tienen un caballo demasiado bueno para eso.... Pero, ¿quién les ha abierto la puerta? gritó Clementina con desesperación. Ellos mismos se la han abierto. ¿Y Mauricio estaba en el castillo? Y por poco me estrangula. ¿Dónde le has encontrado?

Buscaba Gómez, mientras tanto, con la cabeza baja examinando el suelo. Su instinto de hombre de campo, habituado a estudiar los más pequeños accidentes de la inmensa llanura argentina, su con los maravillosos «rastreadores», adivinos de la Pampa, le hizo encontrar la explicación de este misterio. Señaló a algunos pasos un diminuto orificio abierto en el suelo. Allí estaba enterrada la bala. Mostró después un guijarro partido recientemente, a juzgar por la blancura interior de sus fragmentos.

35 Y cuando él la vio, rompió sus vestidos diciendo: ¡Ay, hija mía! de verdad me has abatido, y eres de los que me afligen; porque [yo] he abierto mi boca al SE

En el lugar de Ripamilán vio a don Víctor de Quintanar, y en el de la Regenta a Ripamilán; , los vio perfectamente. ¡No venía la Regenta en el coche abierto! ¡Venía con los otros! ¡Y al marido le habían echado a la carretela con el canónigo, la Marquesa y doña Petronila!... Luego don Álvaro y ella venían juntos... ¡y acaso venían todos borrachos, por lo menos alegres!

Abierto y caído el hábito desde los hombros hasta la cintura, dejaba descubiertas las espaldas, que aparecían cárdenas y ensangrentadas, dejando correr hilos de sangre que manchaban la túnica y goteaban sobre el suelo.

¡De modo que ese hombre dijo doña Clara os ha dado padres y esposa! Sin quererlo y sin saberlo. ¡Cómo! dijo la duquesa . ¿Montiño no conoce esta carta? No, señora. ¿Pues no os la dió? ; , señora, pero dentro de un cofre cerrado. ¿Y no pudo haber abierto ese cofre?

Eso no importa contestó la muchacha . Gracias a Dios, en mi familia ha habido también muchos ahorcados. Realmente, esta muchacha discurría muy bien. Mi madre y yo vivíamos en una casa solitaria, a un cuarto de hora del pueblo, al lado de la carretera. El sitio era alto, claro, abierto y despejado. La casa tenía balcones a tres fachadas.