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Jacinta mojaba sus dedos en ella diciendo con temor: «¿estará muy fría?, ¿estará muy caliente? ¡Pobre ángel, qué mal rato va a pasar!». Benigna no se andaba en tantos reparos, y ¡pataplum!, le zambulló dentro, sujetándole brazos y piernas. ¡Cristo! Los chillidos del Pituso se oían desde la Plaza Mayor.

Total, cambiar un nene chico por el nene grande. El Delfín se rió de aquel singular convenio, expresado con cierto donaire. ¿Dirá que ?... ¿Qué crees ? preguntó Fortunata con la mayor buena fe, pasando luego de la candidez al entusiasmo para decir: Pues mira, te reirás todo lo que quieras; pero esto es una gran idea. El ilustrado joven se zambulló en un mar de meditaciones. viii

Yo, señor don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, que ya le el suyo, o los suyos dijo el Cojuelo , porque hemos sido vecinos por esa dama que galanteaba y por quien le ha corrido la justicia esta noche, y de quien después le contaré maravillas, me llamo desta manera porque fuí el primero de los que se levantaron en el rebelión celestial, y de los que cayeron y todo ; y como los demás dieron sobre , me estropearon, y ansí, quedé más que todos señalado de la mano de Dios y de los pies de todos los diablos, y con este sobrenombre; mas no por eso menos ágil para todas las facciones que se ofrecen en los países bajos, en cuyas impresas nunca me he quedado atrás, antes me he adelantado a todos; que, camino del infierno, tanto anda el cojo como el viento ; aunque nunca he estado más sin reputación que ahora en poder deste vinagre, a quien por trato me entregaron mis propios compañeros, porque los traía al retortero a todos , como dice el refrán de Castilla, y cada momento a los más agudos les daba gato por demonio.

Merece añadió la licencia que pide, porque este linage de escritos es difícil de enquadernar con lo honesto y recatado de nuestras christianas leyes, y Luis Vélez ha sido en éste gloriosa excepción desta vniuersal dolenciaMás extremado es el parecer del segundo, que encarece el sazonado gusto de Vélez, «por auer puesto la naturaleza en su ingenio la elegancia del estilo, la suabidad del dezir, la aduertencia en el colocar, la atenta circunspección en las palabras, y todo con tal modo, que dexa suspensa la razón sobre a qual de estas partes se deba con más justificación la primacia: en todo este discurso se corre la cortina a los conocidos engaños deste mundo, de modo que, para penetrarlos con sutileza, no necesita nuestra Nación de salir de sus estendidos límites, pues dentro de cría sugetos que, aun en sueños y burlas, la dexan superiormente ilustrada». Diametralmente opuesta a estas opiniones fué la de Francisco Santos, pues dijo en El Arca de Noé y Campana de Belilla : «Tocó la Campana y desaparecieron todos los Autores de viejo, siguiéndolos vno que avia venido tarde, y también llevava vn libro en las manos, que preguntando a Noe quién era, me dixo: el libro se intitula el Diablo Cojuelo, Aventuras de Don Cleofas Leandro Perez Zambullo, digno de que le consumiera vn Polvorista: está sin enseñança buena, ni moralidad, y esto, sobre acabar como la nieve....» «Ni tanto, ni tan poco», podría haberse dicho a los tres censores, porque, en realidad de verdad, la novelita de Vélez de Guevara, que se muestra en ella como un buen discípulo de Quevedo, de cuyas obras cómicas y satíricas tiene reminiscencias muy frecuentes, sin ser una maravilla, es de agradable lectura, y más lo fuera sin la pesada y adulatoria enumeración de todo aquel inacabable señorío que el autor, en el tranco VIII, hace pasar por el espejo de Rufina María, dispuesto ad hoc por el redomado desenredomado.

Mas el viejo, al notar que le perseguían, zambulló el rostro en su gran cuello de pieles, y ocultando con presteza en el bolsillo del gabán algo que en la mano llevaba, entróse prontamente en el cuarto contiguo al de Jacobo. Quedósele este mirando sorprendido y receloso, y dudando entonces de que fuese el tío Frasquito, entró también en su aposento.

Sólo cuando alzó la ropa del lecho y metió una pierna dentro se le oyó claramente decir: «¡Que elegancia, qué distinción!» Y más tarde, cuando apagó de un soplo la luz de la bujía y se zambulló en las sábanas, también se le oyó murmurar: «Muy linda: tiene un tipo ideal, pero ¡es tan cursi la pobreUn día más.

Y como para nuestro mayordomo los proyectos eran resoluciones, y más tratándose de algo peligroso, dicho y hecho: levantóse velozmente, abrió una de las puertas traseras del palacio y se encaminó sin vacilar á las orillas del Lora. Despojóse inmediatamente del vestido y se zambulló en los cristales opacos del río con estrépito. La noche era despejada, pero sin luna.

El sueño y la pereza le decían que parecía más temprano que otros días, que el despertador mentía como un deslenguado, que no debía de ser ni con mucho la hora que la esfera rezaba. No hizo caso de tales sofismas el cazador, y sin dejar de abrir la boca y estirar los brazos se dirigió al lavabo y de buenas a primeras zambulló la cabeza en agua fría.

Zambulló la cara hasta las cejas en el gran cuello de pieles, guardóse prontamente en el bolsillo la dentadura y apretó a correr hasta llegar sin resuello a la puerta del aposento. ¡Perrrverrsa suerrte! Sabadell le seguía sin descanso, y deteníase al fin a la puerta del cuarto vecino sin osar acercársele, pero mirándole de hito en hito, extrañado, atento, receloso...