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Hermosas tintas carmesíes anunciaban en Oriente que el sol no tardaría en alumbrar la tierra. Despedida. Pocos días después se supo que Velázquez traspasaba la tienda, y más tarde que se embarcaba para América. Prefirió trasladarse en un buque de vela mandado por cierto amigo suyo que partiría el 15 de Setiembre.

2 Y vinieron a él el príncipe de los sacerdotes y los principales de los judíos contra Pablo; y le rogaron, 3 pidiendo gracia contra él, que le hiciese traer a Jerusalén, poniendo ellos asechanzas para matarle en el camino. 4 Pero Festo respondió, que Pablo estaba guardado en Cesarea, adonde él mismo partiría presto.

Luego expuso a D.ª María que no partiría de Bailén hasta no recibir unas cartas que esperaba de Córdoba y de Madrid, relativas a sus intereses, a lo cual accedió la señora, diciéndole que permaneciese en la casa hasta cuando quisiera, con la condición de incorporarse después a la escolta de D. Diego si ésta salía antes. No tardó mucho el día de la partida.

Don Juan pensaba: «Todavía no». Cristeta se decía: «¡VeremosLuego hablaron de cómo hizo cada cual el viaje, del tiempo que Cristeta había de estar allí, de cuándo partiría él, hasta que, según costumbre en tales casos, sin saber por dónde, volvieron al eterno dúo en que las promesas de amor se resuelven en suspiros, y se acaban en mimos las frases comenzadas con palabras.

En el fondo de su corazón, el honrado joven quería ahorrar a la duquesa el espectáculo de la agonía de su hija. Quedó, pues, convenido, que la señora de La Tour de Embleuse permanecería en París: Germana partiría con su marido, su suegra, el pequeño Gómez y el doctor. El señor Le Bris se había comprometido un poco irreflexivamente a abandonar su clientela.

¡Bah! No lo crea V., mamá... En fin, a no me ha llegado aún la hora... Y mientras que me llegue, lo estoy pasando mal. Me sobra gran parte de la renta que tengo, y si no hago mal uso, no qué hacer de ella... Miguel guardó silencio un instante, y después de vacilar, dijo tímidamente: Si V. me lo permitiera, la partiría de buena gana con mi hermana...

Por el camino me aseguró que partiría pronto para Inglaterra y que le concediera otra entrevista fuera de casa. Yo se lo prometí, porque al paso que me aterraba la idea de mi deshonor, me hacía muchísimo daño su determinación de partir para Inglaterra... ¡Ay, Inés qué noche! Entré en casa llena de miedo.

Sus compañeros de alojamiento toleraban que continuase entre ellos, con la esperanza de que partiría de un momento á otro. Transcurrió el tiempo sin que volvieran á presentarse la enlutada con el niño, ni la viuda con el farol. Ovejero bebía y su embriaguez no se poblaba de visiones. Pero una noche dió un alarido de hombre asesinado que despertó á sus camaradas.

Y hasta el amanecer estuvieron fantaseando sobre el porvenir, arreglando todos los detalles de la fuga. Ella partiría cuanto antes; él iría a su encuentro dos días después cuando hubiese renacido la confianza y todos la creyeran lejos, muy lejos. ¿Dónde se encontrarían? Primero pensaron en Marsella, pero era demasiado lejos. Después en Barcelona. Regateaban las horas y los minutos.

Llegó, pues, de vuelta de los Zamucos al pueblo de San Juan á 26 de Octubre de aquel mismo año de 1718 y luego participó las noticias de todo lo referido en este capítulo al Padre Visitador de aquellas Misiones, Juan Patricio Fernández, quien atribuyendo á singular misericordia de Dios y á los méritos y sudores del apostólico P. Zea que aquellos bárbaros estuviesen tan deseosos del santo bautismo y tan contentos y prontos á dejar sus tierras hizo luego despachar los dos Zamucos que trajo el P. Miguel de Yegros, con aviso al cacique de que se fuese con todos sus vasallos á las tierras de los Cucarates, porque en breve se partiría allá el P. Miguel con el hermano Alberto Romero.