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Mírame con compasión... Apagóse aquí la voz de Diógenes, y oyóse tan sólo la temblorosa vocecita de Monina, que por un infeliz error o por una inspiración del cielo, equivocaba el último verso: ¡No le dejes, Madre mía! Diógenes ya no la oía: comenzaba entonces el estertor, y su angustioso resuello interrumpíase a veces por más de un minuto.

O yo estoy lelo, o la artillería de la vanguardia ha salido del camino. Oyóse otra vez el tiroteo, más vivo aún y más cercano, y en la vanguardia se operaron varios movimientos, cuyas oscilaciones llegaron hasta nosotros. Sin duda algo grave pasaba, puesto que el ejército todo se estremeció desde su cabeza hasta su cola.

Habíamos obtenido la misma victoria que ayer y bebíamos en grandes vasijas de barro rojo, cuando, de repente, oyose un grito de: «¡El enemigo vuelve!» Y Yégof, a caballo, con sus barbas fluviales, su corona de puntas, un hacha en la mano, brillantes los ojos como los de un lobo, se apareció ante , entre las sombras de la noche.

Cuando llegó arriba estaba, tan conmovido que no se atrevió a que le viesen en aquel estado: descansó algunos momentos procurando serenarse, y después que lo hubo conseguido a medias, cogió el llamador con mano temblorosa, tirando de él suavemente. Esperó un rato sin que nadie viniese: cuando ya iba a tirar segunda vez, oyose una voz adentro que decía con tono imperioso: ¡Que han llamado!

Soy tu hermana, soy Isidora. ¿No me conoces ya?». El ruido volvió a ceder, y la maquinaria tomaba una lentitud amorosa. «No puede pararse el trabajo» dijo Encarnación. Pero como realmente se detenía, oyose un grito del huso viviente que dijo: «¡Aire! ¡Aire a la rueda!». Y en efecto, la rueda volvió a tomar su aire primero, su paso natural.

Oyose por fin el grito sacramental de los empleados. Hasta entonces las gentes de la despedida habían conversado en voz queda, confidencialmente, por parejas: el cercano desenlace pareció reanimarlas, desencantarlas, mudando la escena en un segundo.

De estos deseos locos, ansiosos, que eran como los tirones que daba la muerte para arrancarla más pronto de raíz, se alimentaba su fiebre galopante. «Moriste como una pobre mártir pensó la marquesa, rezando otra vez . Moriste reconciliada con Dios, recitando oraciones y besando la santa imagen de Nuestro Redentor». Oyose otra vez la voz del clave, con triste elocuencia de salmodia.

Quando entraba en el puerto la hermosa Aurora por las puertas del oriente, Salia en trenza blanda y amorosa. Oyose un estampido de repente, Haciendo salva la real galera, Que despertó y alborotó la gente. El son de los clarines la ribera Llenaba de dulcisima harmonia, Y el de la chusma alegre y placentera.

Al cabo de un cuarto de hora se elevaron millares de chispas y el edificio se hundió. Sólo quedaron en pie los negros mojinetes. Volvió la comitiva a ponerse en marcha y continuó la ascensión por el sendero. En el momento de llegar a la explanada superior, oyose la voz agria de Hexe-Baizel que gritaba: ¿Eres , Catalina? ¡Ah! ¡Nunca hubiera creído que vendrías a verme a mi pobre tugurio!

Estaban ebrios, y los más intrépidos se reían de los pucheros de los desanimados... De improviso hubo entre los combatientes de uno y otro ejército un movimiento de sorpresa. Oyose una voz, dos, veinte, que dijeron «¡Pecado!», y cien ojos se volvieron hacia el barranco.