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Esto último no quería oírlo Moreno, quien alimentaba hacia el Ser Supremo un rencor que D. Pantaleón hallaba bien justificado. En realidad, no se abandona así a un hombre en medio del arroyo, expuesto a que todo el mundo lo pise. Y claro está, Moreno hacía contra él lo que más rabia podía darle: le negaba la existencia.

El Chucro silbó, imitando a la perfección el estridente grito de una ave acuática. Al oírlo, la Pepa tiró su anzuelo y corrió a su encuentro como un perro. Peñálvez se sorprendió extraordinariamente de su actitud de esclava. Pues antes, en la vida civilizada de la estancia de don Lucas, había sido la gallega más gruñona y colérica.

Hacedme saber si puedo ser útil para algo, Kimble dijo el señor Crackenthorp. Pero el doctor ya estaba demasiado lejos para que pudiera oírlo. También Godfrey había desaparecido.

Mauricio, esforzándose en aparecer tranquilo, quedó solo en presencia de la señorita Guichard. Sin embargo, se creía algo en ridículo, al pie del muro y con el sombrero en la mano, y pensaba: "Debo parecer un mendigo pidiendo limosna" ... Pero tuvo una agradable sorpresa. Puesto que usted, caballero, tiene curiosidad de saber lo que nos tiene divididos al señor Roussel y á , va usted á oírlo.

De repente se oye ruido en el aposento inmediato; el anciano quiere averiguar lo que es, y la angustia de Laura es mortal sabiendo que Don Félix está allí escondido: para evitar las consecuencias, declara á su padre que le ha dado en secreto palabra de casamiento. Aunque es grande la sorpresa de Don Iñigo al oirlo, no se encoleriza al cabo, puesto que no podrá desear otro yerno más simpático.

El canto de su querido le producía siempre efecto extraño que jamás se pudo explicar: la entristecía, le daba miedo; se ponía pálida, y siempre que era posible se escurría para no oirlo. Y no porque el guapo cantase mal, al contrario: sin poseer una gran voz, era extremado por su estilo para las seguidillas gitanas y soleares.

Pero, repítelo, quiero oírlo de tus labios. que me amas. Y Pepita, mirándole por primera vez en los ojos, dijo con cierta gravedad, como poniendo en sus palabras el peso de un juramento solemne: , te quiero: te amo, Fernando.

Y sin duda, hubiera yo dedicado mayor atención a este tema, si no la hubiese embargado casi por completo aquella voz que parecía salir de las torres de Zenda, visibles todavía en lontananza; aquel grito de amor de una mujer, que llegaba a mis oídos, que penetraba hasta mi corazón y que decía: «¡Rodolfo! ¡Rodolfo! ¡Rodolfo!» ¡Todavía me parecía oírlo!

Pero he aquí que de uno de ellos sale una voz gritando: ¡Maripepa, que ahí viene Pacha! Oirlo aquélla y emprender rauda carrera, todo lo rauda que le consentía su pierna defectuosa y el peso que llevaba, fué todo uno. En efecto, una mujer de bastante más edad, aunque no tan fea, venía corriendo hacia ellos.

9 Mas oyendo decir de Tirhaca rey de Etiopía: He aquí que ha salido para hacerte guerra; al oírlo, envió mensajeros a Ezequías, diciendo: 10 Diréis así a Ezequías rey de Judá: No te engañe tu Dios, en quien confías, diciendo: Jerusalén no será entregada en mano del rey de Asiria.