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El Magistral había salido de su casa disgustado. «A él no le importaba que fuese o no al teatro por ahora, tiempo llegaría en que sería otra cosa; pero la gente murmuraría; don Custodio, el Arcediano, todos sus enemigos se burlarían, hablarían de la escasa fuerza que el Magistral ejercía sobre sus penitentes.... Temía el ridículo.

Las de Mayo eran niñas, éstas son damas, y en sus abiertas hojas ahuecadas, blandas, puras, tenues, hay no qué magistral arte del mundo. Si Dios les concediera un soplo más de vida, uno no más, hablarían seguramente; pero más vale que estén mudas. Una gracia infinita, una delicadeza incomparable, una hermosura ideal, hacen de esta flor la sonrisa de la Naturaleza.

Esta sería la ocasión de pensar en el de los niños: Enrique y Pedro podrían venirse con él a Madrid, y Luisito, el chiquitín, su niño querido, su ojito derecho, podría quedarse allí hasta que se graduara de bachiller... Pero de esto ya hablarían despacio, porque pensaba... ¡Ah!, pensaba... ¿No lo había ella adivinado?... ¿El corazón no se lo había dicho?

Ya lo creo... indicó Jacinta con orgullo . Pero no; él es bueno ¿?, y quiere también a su abuelita, ¿verdad? Al retirarse, iban por la calle tan desatinadas la una como la otra. Lo dicho dicho: aquella misma noche hablarían las dos a sus respectivos maridos. Aquel día, que fue el 25, hubo gran comida, y Juanito se retiró temprano de la mesa muy fatigado y con dolor de cabeza.

En el pueblo decían que tenía talento, y que si publicase en Madrid los versos que había insertado en El Eco del Tajo, hablarían de él como de Núñez de Arce y Grilo: no sabía si esto era cierto, pero sentía su corazón lleno de nobles propósitos, y amaba al teatro más que a las niñas de sus ojos. ¿Llegaría a ser un Ayala o un Tamayo? ¿Sería rechazado por el público?

Cuando te parezca dijo con voz sorda, para inspirar mayor pavor, saldremos a matarnos. Aquí no, porque el Montañés es amigo y no quiero comprometerlo. Fermín levantó los hombros, como si despreciase esta comedia terrorífica. Ya hablarían de matarse, pero después; según lo que resultara de su conversación. Ahora al grano, Luis. sabes el mal que has hecho. ¿Qué es lo que piensas para remediarlo?

Escudero había aconsejado a su sobrino que saliese unos días de Madrid. Aquel desafío seguramente iba a levantar mucho ruido, los periódicos hablarían, las autoridades acaso hicieran averiguaciones: nada más oportuno que mantenerse alejado hasta que la marejada se calmase.

El pobre viejo no alcanzaba por qué medio sería ello; pero con los ojos de la imaginación veía al chico ya vestida la toga de vuelillos blancos, con el birrete puesto, la placa en el pecho y sentado en un sillón de alto respaldo, escuchando informes de abogados que, al dirigirse a él, hablarían con profundísimo respeto... y, de repente, vinieron el descuento, las pérdidas, los atrasos, la jubilación, reduciéndose el futuro juez a empleadillo colocado por el favor de un amigo, y a merced de quien tuviese influjo para quitarle cualquier día la plaza en provecho de otro.

Al explicar su viaje, enseñaba su fuerte dentadura de campesino con sonrisas de inocente malicia. ¡Una verdadera calaverada, de la que hablarían mucho tiempo las gentes allá en Ibiza!

Teulaí sonreía socarronamente. No había por qué asustarse. ¿No eran parientes? Se alegraba del encuentro; la acompañaría al pueblo, y por el camino hablarían de algunos asuntos. Avant, avant decía el hombrecillo.